El sistema neoliberal, por lo tanto, tiene un subproducto importante y
necesario — una ciudadanía apolítica caracterizada por apatía y escepticismo. Si
la democracia electoral afecta en pequeña medida a la vida social, resulta
irracional dedicarle mucha atención; en los Estados Unidos, el caldo de cultivo
de la democracia neoliberal, la participación electoral en las elecciones al
congreso de 1998 registró un nivel —cuestionable— extremadamente bajo, con una
participación de tan solo un tercio de los votantes acudiendo a las urnas.
Aunque ocasionalmente genera preocupación en partidos establecidos como el Partido
Demócrata en Estados Unidos, que tiende a atraer los votos de los desposeídos,
una baja participación electoral tiende a contar con buena aceptación y es
promovida por los poderes de facto como algo muy positivo, pues quienes se
abstienen son encontrados (no sorprendentemente) entre las clases bajas y las
clases trabajadoras. Políticas que podrían incrementar rápidamente el interés y
la tasa de participación de los votantes son obstaculizadas antes de llegar a
la esfera pública. En los Estados Unidos, por ejemplo, los dos partidos
principales dominados por el sistema corporativo y la comunidad de negocios,
han rehusado reformar leyes que hacen virtualmente imposible crear nuevos
partidos políticos (que podrían atraer a intereses no comerciales) y permitir
que sean efectivos. Aunque hay una marcada y frecuentemente observada
insatisfacción con los miembros de los partidos Republicano y Demócrata, la
política electoral es un área donde las nociones de competición y libre
elección tienen poco significado. En ciertos aspectos, el calibre del debate y
decisión en las elecciones neoliberales tiende a asemejarse más con el del
estado comunista de un solo partido, que al de una democracia genuina.
Pero esto apenas refleja las implicaciones perniciosas del neoliberalismo
para una cultura política centrada en el civismo. Por una parte, la desigualdad
social generada por las políticas neoliberales socava cualquier esfuerzo
encaminado a conseguir la igualdad necesaria para lograr que una democracia
convincente. Las grandes corporaciones cuentan con recursos para influir en los
medios y abrumar el proceso político, lo cual hacen acordemente. En la política
electoral estadounidense, por poner un ejemplo, una cuarta parte del uno por
ciento de los ciudadanos más acaudalados hacen el 80 por ciento de las
contribuciones y las corporaciones rebasan el presupuesto por un margen de diez
a uno. Bajo el neoliberalismo esto tiene sentido, pues las elecciones reflejan
principios del mercado, en que las contribuciones son equivalentes a
inversiones. Como resultado, se refuerza la irrelevancia de las políticas
electorales para la mayoría de las personas y se asegura el mantenimiento de un
dominio corporativo indisputado.
Por otra parte, para ser efectiva, una democracia requiere que los
habitantes sientan conexión con otros ciudadanos, y que esta conexión se
manifieste a sí misma mediante una variedad de organizaciones e instituciones
no comerciales. Una cultura política vibrante necesita grupos comunitarios,
bibliotecas, escuelas públicas, organizaciones vecinales, cooperativas, sitios
de reunión públicos, asociaciones voluntarias y uniones de comercio para
proporcionar a los ciudadanos maneras de reunirse, comunicarse e interactuar
con sus semejantes. La democracia neoliberal, con su noción de mercado über alles (por encima de todas las
cosas) tira a matar a este sector. En lugar de ciudadanos, produce
consumidores. En lugar de comunidades, produce centros comerciales. El
resultado neto es una sociedad fragmentada de individuos desvinculados que se
sienten desmoralizados y socialmente impotentes.
En resumen, el neoliberalismo es el enemigo más inmediato y más
representativo de la participación democrática genuina, no solamente en los
Estados Unidos, sino en todo el planeta, y seguirá siéndolo durante el futuro
previsible.
Resulta conveniente que Noam Chomsky sea la figura intelectual líder en
el mundo actual en la batalla por la democracia y contra el neoliberalismo. En
la década de los años 1960s, Chomsky fue un crítico prominente en Estados
Unidos de la Guerra de Vietnam, y, de manera más amplia, se convirtió tal vez
en el analista más incisivo de la manera como la política exterior
estadounidense socava la democracia, aplasta los derechos humanos, y promueve
los intereses de las minorías acaudaladas. En la década de los años 1970s,
Chomsky, junto con su coautor Edward S. Herman, iniciaron una investigación
sobre el modo como los medios informativos de los Estados Unidos sirven a los
intereses de las élites y socavan la capacidad de la ciudadanía para gobernar
sus vidas en un estilo democrático. Su libro de 1988, Manufacturing Consent, sigue siendo el punto de partida para
cualquier investigación seria sobre el desempeño de los medios informativos.
A lo largo de todos estos años, Chomsky, que podría ser caracterizado
como un anarquista, o tal vez de forma más exacta, un socialista libertario,
fue un oponente vocal, de principios, y consistente y crítico de los estados y
partidos políticos comunistas y leninistas. Chomsky educó a numerosas personas,
incluyéndome a mí, en lo referente a que la democracia es una piedra angular no
negociable de cualquier sociedad post-capitalista en la que valga la pena vivir
o luchar. Al mismo tiempo, ha demostrado lo absurdo que resulta convertir en
sinónimos los términos capitalismo y democracia, o pensar que las sociedades
capitalistas, incluso en las mejores circunstancias, permitirán alguna vez el acceso
a la información o la posibilidad de tomar decisiones más allá de las
posibilidades más estrechas y controladas. Dudo que algún autor, excepto tal
vez por George Orwell, se haya asemejado a Chomsky al exhibir de forma
sistemática la hipocresía de los gobernantes e ideólogos tanto en sociedades
comunistas como capitalistas al afirmar que la suya era la única forma de
verdadera democracia disponible para la humanidad.
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