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PENSAMIENTOS INDECENTES
No se espera que personas respetables recuerden una
reacción popular que se dio cuando Kennedy intentó organizar una acción
colectiva en contra de Cuba en 1961: México no podría participar, explicó un
diplomático, porque “si declaramos públicamente que Cuba es una amenaza a
nuestra seguridad, cuarenta millones de mexicanos morirán de risa.” Aquí
adoptamos posturas más sobrias cuando se trata de la seguridad nacional.
Tampoco se registraron
decesos por hilaridad cuando el vocero de la administración, Stuart Eizenstat,
al justificar el rechazo de Washington a los acuerdos de la Organización
Mundial de Comercio, argumentó que “Europa desafía ‘tres décadas de política
estadounidense ante Cuba iniciada durante la administración Kennedy,’ que tiene
como intención imponer un cambio de gobierno en la Habana”. Una reacción sobria
es totalmente apropiada ante la postura estadounidense sobre su derecho a
derrocar a cualquier gobierno; en este caso, mediante agresión, terror en alta
escala, y estrangulamiento económico.
La postura continúa vigente y aparentemente, sin desafío, pero la declaración de Eizenstat fue criticada en términos más estrechos por el historiador Arthur Schlesinger: Escribió “como alguien que estuvo involucrado en la política ante Cuba de la administración Kennedy”, señaló Schlesinger que el Subsecretario de Comercio Eizenstat había malinterpretado las políticas de esa administración Kennedy. Su preocupación era “lo problemática que resultaría Cuba en el hemisferio” y la “conexión soviética”. Pero estos hechos han quedado en el pasado y por ello las políticas de Clinton son un anacronismo, si bien en otro sentido, parecerían inobjetables.
Schlesinger no explicó el
significado de las frases “problemática en el hemisferio” ni “la conexión
soviética”, pero lo ha hecho en otros entornos, en secreto. Al entregar al
presidente entrante un informe respecto a las conclusiones sobre la Misión en
América Latina a principios de 1961, Schlesinger explicó en detalle el problema
de la “problemática” que representaba Castro: se trata de “la propagación de su
idea sobre el derecho a ocuparse de sus propios asuntos”, un problema serio,
añadió poco tiempo después, cuando “la distribución de la tierra y otras formas
de riqueza nacional favorecen a las clases propietarias… [y] quienes viven en
pobreza y carecen de privilegios, estimulados por el ejemplo de la revolución
cubana, exigen oportunidades para llevar una vida digna”. Schlesinger explicó
también la amenaza de la “conexión soviética”: “Mientras tanto, la Unión
Soviética acecha en las alas, concediendo cuantiosos préstamos para desarrollo
y presentándose como el modelo para lograr la modernización en el lapso de
tiempo de una sola generación”. La “conexión soviética” fue percibida bajo una
luz similar, si bien de manera más amplia, en Washington y Londres, desde los
orígenes de la guerra fría en 1917 y hasta la década de 1960, donde termina el
registro de documentos vigente.
Schlesinger también
recomendó al presidente entrante “una cierta dosis de maíz de altos vuelos”
sobre “los objetivos más elevados de la cultura y del espíritu” que “resultarán
fascinantes para audiencias al sur de la frontera, donde análisis meta
históricos son objeto de admiración inmoderada”. Mientras tanto, nos ocuparemos de asuntos
importantes. Para ilustrar lo mucho que cambian las circunstancias, Schlesinger
criticó también de forma realista “la influencia perniciosa del Fondo Monetario
Internacional”, cuando asumió la versión durante los años de la década de 1950
de lo que hoy es el “consenso Washington” (“ajuste estructural”, “neoliberalismo”).
Con estas explicaciones
secretas sobre Castro, “la problemática en el hemisferio” y la “conexión
soviética”, avanzamos en la comprensión de la realidad de la guerra fría. Pero
ese es otro asunto.
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