Merlin Chowkwanyun: Un académico y activista al que
usted ha citado (y que yo desearía que fuese conocido y leído por más personas)
es Seymour Melman, que hace más de dos décadas acuñó el término “economía de
guerra permanente”. ¿Qué definía Melman, y cómo limita o da forma ese concepto
a una política extranjera tipo Director
Ejecutivo (CEO)?
Profesor Noam Chomsky: El término “economía de guerra permanente” es atribuido a Charles Wilson, director ejecutivo de General Electric, que al finalizar la Segunda Guerra Mundial advirtió que los Estados Unidos no debían regresar a una economía civil, sino que deberían mantenerse en una “economía permanente de guerra” misma que fue exitosa durante la guerra: una economía semi-autoritaria, ejercida principalmente por ejecutivos corporativos, orientada a la producción militar.
Entre otras contribuciones muy importantes, Melman ha escrito de forma extensiva sobre los efectos dañinos de orientar gran parte de la economía hacia la producción militar, en lugar de orientarla hacia las necesidades civiles. Lo que él describe es correcto e importante, pero existen otros parámetros que deben ser tomados en cuenta. Después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los economistas y líderes de negocios temían que la economía volvería a caer en depresión sin intervención masiva gubernamental del tipo que, durante los años en guerra, finalmente fue capaz de superar la Gran Depresión. El New Deal limó las asperezas, pero no logró mucho más que eso. El mundo de los negocios asimiló la idea de que el gasto social podía superar las catástrofes del mercado, igual que el gasto militar, pero el gasto social tiene un lado malo: tiene un efecto democratizador y redistributivo, mientras que el gasto militar es un obsequio para el gerente corporativo, un colchón permanente; al cual la población civil es ajena. La población se interesa en hospitales y escuelas, pero si es posible “aterrorizar a las personas”, como recomendó el senador Vandenberg, estas buscarán refugio bajo el paraguas del poder y confiarán en sus líderes respecto a asuntos relacionados con jets, misiles, tanques, etc. Más aún, la comunidad de negocios tenía conciencia de que la industria de alta tecnología no sobreviviría en una economía competitiva de libre empresa, y el “gobierno debe ser su salvador”, como lo explicó la prensa de negocios. Se usaron estas consideraciones para decidir orientarse al gasto militar, por encima del gasto social. Una gran parte de eso es la investigación y desarrollo de alta tecnología. Virtualmente, toda la “nueva economía” ha descansado en gran medida en el camuflaje militar para hacer que el riesgo sea público y el lucro privado, frecuentemente después de muchas décadas: generalmente computadoras y electrónica, telecomunicaciones e internet, satélites, la industria aeronáutica (de ahí se deriva el turismo, la mayor de la “industria de servicio”), contenedorización (del cual se deriva el comercio contemporáneo), herramientas controladas por computadora, y mucho más.
Alan Greenspan y otros son dados a perorar, describiendo todo esto como el gran espíritu empresarial y la elección del consumidor en el libre mercado. Eso es cierto para la última etapa de comercialización, pero no lo es en absoluto para la etapa más significativa, la de investigación y desarrollo. Lo mismo sucede con los sectores de la industria que se basan en la biología, aunque se usan diferentes pretextos. El registro se remonta a un pasado lejano, pero estos mecanismos para el sustento de la economía industrial avanzada se hicieron más significativos después de la Segunda Guerra Mundial.
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