EL CONSENSO
WASHINGTON
El
neoliberal Consenso Washington es un conjunto de principios orientados a
mercado (comercialización) diseñado por el gobierno de los Estados Unidos y las
instituciones financieras que en gran parte domina, e implementada mediante diversos
métodos —para las sociedades más vulnerables, frecuentemente como programas muy
rigurosos de ajuste estructural. Las reglas básicas, presentadas de forma
concisa son: liberalización del comercio y de las finanzas, permitir que los
mercados establezcan los precios (“acierto en el precio”), y la inflación
(“estabilidad macroeconómica”), privatización. El gobierno debe “hacerse a un
lado” — y por tanto la población también, siempre que el gobierno sea
democrático, y aquí la conclusión queda implícita. Las decisiones de quienes
imponen el “consenso” tienen naturalmente un impacto mayor en el orden global;
algunos analistas adoptan una posición mucho más contundente. La prensa de
negocios internacional se ha referido a estas instituciones como el núcleo de
un “gobierno mundial de facto” de una “nueva era imperial”.
Independientemente
de que resulte o no precisa, esta descripción nos sirve para recordarnos que
las instituciones gobernantes no son agentes independientes y en lugar de ello
reflejan la distribución de poder en una sociedad de mayor tamaño. Esa ha sido
una constante al menos desde Adam Smith, que señaló que los “principales
arquitectos” de la política en Inglaterra eran los “comerciantes y los
fabricantes” que se valían del poder del estado para servir a sus propios
intereses, sin importar la afectación a otros, incluyendo a la población de
Inglaterra. La preocupación de Smith era “la riqueza de las naciones”, pero él
comprendía que el término “interés nacional” es en gran medida un engaño:
dentro de la “nación” existían marcados conflictos de interés y para entender
las políticas adoptadas y sus efectos debemos determinar dónde yace y cómo es
ejercido ese poder y cómo es ejercido, lo que más adelante sería llamado
“análisis de clases”.
Los
“principales arquitectos” del neoliberal “Consenso Washington” son los amos de
la economía privada, principalmente enormes corporaciones que controlan gran
parte de la economía internacional y cuentan con los medios para dominar la
formación de políticas públicas, así como la formación de la estructura del
pensamiento y opinión. Los Estados Unidos juegan un papel preponderante en el
sistema por razones obvias. Citando al historiador diplomático Gerald Haines,
que es también historiador emérito de la CIA, “después de la segunda guerra
mundial, Estados Unidos asumió —motivado por un interés propio— la
responsabilidad por el bienestar del sistema capitalista mundial”. Haines se
ocupa de lo que él llama la “americanización de Brasil”, pero solamente como un
caso especial. Y sus palabras son suficientemente precisas.
Estados
Unidos ha sido la mayor economía del mundo desde mucho tiempo antes de la
Segunda Guerra Mundial, y durante la guerra prosperó mientras sus rivales
fueron severamente debilitados. La economía coordinada por el estado en tiempo
de guerra finalmente fue capaz de superar la Gran Depresión. Hacia el final de
la guerra, Estados Unidos tenía la mitad de la riqueza del mundo y una posición
de poder sin precedente histórico. Naturalmente, los principales diseñadores
idearon las políticas para usar ese poder en la formación de un sistema global
acorde con sus intereses.
Documentos
de alto nivel describen la amenaza primaria a estos intereses, particularmente
en América Latina, usando los términos “radical” y “regímenes nacionalistas”
que responden a presiones populares para “la mejora inmediata en los bajos
estándares de las masas” y desarrollo para necesidades nacionales. Estas
tendencias entran en conflicto con la exigencia de un “clima político y
económico favorable para la inversión privada”, con repatriación adecuada de
lucro y “protección de nuestras materias primas” —nuestras, aún si se
encuentran en otras latitudes. Por esas razones, el influyente planeador George
Kennan recomendaba “dejar de hablar de objetivos vagos e irreales tales como
derechos humanos, elevar los estándares de calidad de vida y democratización”,
debemos “manejar los asuntos usando términos directos de poder”, no
“obstaculizados por slogans idealistas” sobre “altruismo y benefactores del
mundo” —si bien tales slogans están bien, de hecho, resultan obligatorios en el
discurso público.
Aquí
cito el registro secreto, ahora disponible en principio, aunque en gran medida
desconocido para el público en general o para la comunidad intelectual.
Comentarios
Publicar un comentario