Miremos
más de cerca la novedad del neoliberalismo. Un buen inicio es una publicación
reciente del Royal Institute of
International Affairs en Londres, que revisa artículos sobre asuntos y
políticas de importancia mayor. Uno se enfoca en la economía del desarrollo. El
autor, Paul Krugman, es una figura prominente en el campo. Aborda el tema en
cinco puntos centrales que tienen relación directa con el tema que nos
interesa.
Primero.
El conocimiento sobre desarrollo económico es muy limitado. Para los Estados
Unidos, por ejemplo, dos tercios del crecimiento del ingreso per cápita no
tiene explicación. Similarmente, las historias de éxito asiáticas han seguido
trayectorias que con toda seguridad no son acordes con la “ortodoxia actual
describe como la clave del crecimiento”, apunta Krugman. Él recomienda
“humildad” para la formación de políticas y precaución respecto a las
“sobre-generalizaciones”.
Su
segundo punto es que conclusiones con bases deficientes son presentadas
consistentemente proporcionando apoyo doctrinario para política: el caso
Washington es uno de esos casos.
Su
tercer punto es que la “sabiduría convencional” es inestable, cambia a algo
diferente con regularidad, tal vez al sentido opuesto al de la última fase
—aunque sus partidarios vuelven a mostrar confianza absoluta al imponer la
nueva ortodoxia.
Su
cuarto punto es que, en retrospectiva, comúnmente se llega a un acuerdo en el
que se admite que las políticas de desarrollo económico no “sirvieron al
objetivo como fue planteado” y tenían como base “malas ideas”.
Finalmente,
apunta Krugman, “se argumenta generalmente que las malas ideas prosperan porque
sirven a los intereses de grupos poderosos. Sin duda eso sucede”.
Que
suceda eso ha sido una constante por lo menos desde Adam Smith. Y sucede con
una consistencia impresionante, incluso en países ricos, si bien, es el tercer
mundo el que presenta los registros más crueles.
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