La comparación
entre los países del este asiático y las naciones latinoamericanas es
impactante. América Latina presenta el peor registro de desigualdad, Asia del
este se sitúa entre lo más destacado. Lo mismo sucede con educación, salud y
bienestar social, como una generalidad. Las importaciones en América Latina están
fuertemente sesgadas hacia el consumo de los ricos; en el este asiático, las
importaciones son destinadas a inversión productiva. La fuga de capitales en América
Latina se ha aproximado a la escala de deuda aplastante; en el este asiático,
había sido fuertemente controlada hasta tiempos recientes. En América Latina
los ricos generalmente son eximidos de obligaciones sociales, incluyendo el
pago de impuestos. El problema en América Latina no es el “populismo”, señala
el economista brasileño Bresser Pereira, sino el “sometimiento del estado ante
los ricos”. El este asiático difiere fuertemente a este respecto.
Las economías de América
Latina también han mostrado mayor apertura a la inversión extranjera. Desde los
años de la década de 1950, multinacionales extranjeras han “controlado
porciones considerablemente mayores de la producción industrial” en América Latina
que en las historias de éxito del este asiático, informan los analistas de Naciones
Unidas de comercio y desarrollo (UNCTAD). Incluso el Banco Mundial admite que
la inversión extranjera y la privatización que propicia “ha tendido a sustituir
otros flujos de capital” en América Latina, transfiriendo el control y enviando
las utilidades al extranjero. El banco también reconoce que los precios en Japón,
Corea y Taiwán se apartaron más de los precios del mercado que aquellos de la India,
Brasil, México, Venezuela y otros supuestos intervencionistas, mientras que el
que tiene el gobierno más intervencionista y distorsionador de los precios, China,
es el favorito del Banco y el que presenta el mayor aumento como solicitador de
préstamos. Y estudios del Banco Mundial sobre lecciones en Chile han dejado de
lado el hecho de que las firmas de cobre que fueron nacionalizadas son una
fuente principal de recaudación por exportación en ese país, por mencionar solo
uno de muchos ejemplos posibles.
Parecería que la
apertura a la economía internacional ha acarreado un costo significativo para América
Latina, de la mano con su incapacidad para controlar al capital y a los ricos,
no solamente el trabajo y la pobreza. Por supuesto, algunos sectores de la
población se han beneficiado, como sucedió durante la era colonial. Que estos
sean tan dedicados a las doctrinas de esa “religión” como lo son los
inversionistas extranjeros no debe parecer sorprendente.
El papel del
estado en el manejo y la iniciativa en las economías exitosas debe parecer una
historia familiar. Un asunto relacionado es cómo se convirtió el tercer mundo
en lo que es hoy. El tema es analizado por el eminente historiador económico Paul
Bairoch. En un estudio reciente importante, Bairoch señala que no existe duda
de que el obligatorio liberalismo económico del tercer mundo en el siglo XIX es
un elemento de mayor importancia al explicar el retraso en su industrialización”,
y en el muy revelador caso de la India, el “proceso de desindustrialización”
que convirtió al taller industrial y al centro de comercio en una sociedad de
agricultura profundamente empobrecida, lo cual trajo consigo un marcado
descenso en salarios reales, en el consumo de alimento y en la disponibilidad
de otros productos de consumo básico. “India fue solo la primera víctima importante
de una muy larga lista”, señala Bairoch, incluyendo “incluso países del tercer
mundo políticamente independientes que fueron obligados a abrir sus mercados a
productos occidentales”. Mientras tanto, sociedades occidentales se protegieron
a sí mismas de la disciplina de mercado y así lograron desarrollarse.
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