La historia
económica normativa reconoce que la intervención del estado ha jugado un papel
central en el crecimiento económico. Pero su impacto ha sido subestimado debido
a un enfoque demasiado estrecho. Para mencionar una omisión mayor, la
revolución industrial dependía de algodón barato proveniente principalmente de
Estados Unidos. Se había mantenido barato y disponible no mediante las fuerzas
del mercado, sino mediante la eliminación de la población indígena y la
esclavitud. Por supuesto, había otros productores de algodón, prominentemente
entre ellos, la India. Sus recursos fluían hacia Inglaterra mientras su propia
industria textil era destruida por el proteccionismo británico y mediante el
uso de la fuerza. Otro caso es Egipto, que se encaminó hacia el desarrollo en
la misma época que Estados Unidos, pero fue detenido por la fuerza británica,
sobre la base explícita de que Gran Bretaña no toleraría desarrollo
independiente en esa región. Nueva Inglaterra, en contraste, fue capaz de
seguir la trayectoria de la madre patria, suprimiendo textiles británicos
mediante la aplicación de aranceles muy altos, como lo había hecho Gran Bretaña
con la India. Sin tales medidas, la mitad de la industria textil emergente de
Nueva Inglaterra habría sido destruida, estiman los historiadores económicos,
generalmente con efectos de gran escala en el crecimiento industrial.
Una analogía
contemporánea es la energía de la que dependen las economías industriales
avanzadas. La “era dorada” de desarrollo en la posguerra dependía de petróleo
barato y abundante, misma que así ha sido mantenida con amenazas o mediante el
uso de la fuerza. Así continúan todos los asuntos de este tipo. Una gran parte
del presupuesto del Pentágono es destinada a mantener los precios del petróleo
proveniente de Medio Oriente dentro de un rango que los Estados Unidos y sus
compañías de energía consideran apropiado. Conozco solamente estudio técnico
sobre el tópico: concluye que los gastos del Pentágono ascienden a un subsidio
de 30 por ciento del precio del petróleo en el mercado, lo cual demuestra que
“la versión de que los combustibles fósiles no son de alto costo es una ficción
absoluta”, concluye el autor. Estimaciones de supuestas eficiencias de comercio
y conclusiones sobre salud y crecimiento económico son de validez limitada si
ignoramos tales costos ocultos.
Un grupo de
destacados economistas japoneses publicó recientemente una revisión de
numerosos volúmenes de los programas de desarrollo económico de Japón desde la
Segunda Guerra Mundial. Señalan que Japón rechazó las doctrinas neoliberales de
sus asesores estadounidenses, eligiendo en su lugar una forma de política
industrial que asignó un papel predominante al estado. Fueron introducidos de
forma gradual mecanismos de mercado por la burocracia del estado y conglomerados
industriales-financieros como prospectos de éxito comercial se vieron
incrementados. El rechazo de los preceptos económicos ortodoxos fue una
condición para el “milagro japonés”, concluyen los economistas. El éxito es
impresionante. Careciendo virtualmente de una base de recursos, Japón se
convirtió en la mayor economía de manufactura del mundo durante la década de
los años 1990 y la fuente líder de inversión extranjera, respondiendo también
por la mitad de los ahorros mundiales netos, financiando los déficits de los
Estados Unidos.
Respecto a las que
fueron colonias japonesas, el mayor estudio académico de misión de ayuda estadounidense
en Taiwán determinó que los asesores estadounidenses y los planeadores chinos
desecharon los principios de la “economía anglo-americana”, sustentándose en la
“participación activa del gobierno en las actividades económicas de la isla
haciendo uso de planes premeditados y su supervisión para su ejecución”. Mientras
tanto, oficiales estadounidenses publicitaban a Taiwán como “una historia de
éxito de la iniciativa privada”.
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