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Modestos logros, que no son poca cosa

 

Despierto en la madrugada, mucho antes del amanecer en esta temporada —otoño— en que comienza a clarear mucho después de las 6:00 horas, más bien cerca de las 7:00. Un gran acierto del gobierno federal de mi país es haber suspendido el horario de verano, que fue una imposición de la súper potencia que ha devastado a las naciones de América Latina y gran parte del resto del mundo. Como quiera que sea, siento la necesidad de volver a ejercitarme en mi bicicleta de carreras, sobre rodillos (cilindros bajo las ruedas de mi velocípedo) para terminar la sesión de entrenamiento realizando ejercicios de musculación.

Ahora escucho música mientras pedaleo, usando un reproductor mp3 y audífonos. De alguna manera (no resulta fácil explicar por qué) pensar en hermosas jóvenes originarias de Corea del Sur que cantan y bailan, grupos como Tara, Momoland, Dal Shabet y similares, me motiva, al incrementar el esfuerzo progresivamente.

Al escuchar las canciones interpretadas por estas jóvenes bellísimas (nacidas en la última década del s. XX, o incluso después, durante la primera década del s. XXI) vienen a mi mente las imágenes que he contemplado en YouTube decenas o cientos de veces en que Tara interpreta melodías como Sugar Free, Day by Day, etc.; Momoland interpreta BBoom BBoom, I’m So Hot, Tiki Taka, etc.; Dal Shabet interpreta Big Baby Baby, Someone Like You, Have Don’t Have, etc. Esas anatomías perfectas, como sus rostros, sus sonrisas y la alegría que proyectan tienen mucho que ver —a mi parecer— con el funcionamiento óptimo del organismo humano.







Yo percibo esa actividad, cantar y bailar ejecutando movimientos rítmicos perfectamente bien coordinados, como una manifestación de la alegría de vivir y eso refuerza en mi mente que si bien mi actividad es diferente (deportiva), tiene mucho en común con el baile en lo referente a que se trata también de esfuerzo muscular, técnica, movimientos coordinados y esfuerzo cardiopulmonar. Todo esto debe estar vinculado fuertemente con otros componentes de una orientación biófila como una nutrición sana y el descanso suficiente —entiéndase dormir— y todo aquello que tiene que ver con la salud y la higiene.  

Hablando de mí, bien entrado en la edad madura y a las puertas de la tercera edad, con una historia de vida plagada de violencia fui capaz de adoptar un estilo de vida muy saludable comenzando en mi adolescencia, cuyos componentes más importantes fueron la actividad deportiva cotidiana y un régimen alimentario compuesto por alimentos sanos y nutritivos, exento de azúcares (sacarosa y otros edulcorantes) que mejoré aún más con el paso de los años.

A cinco meses de terminar la sexta década de mi vida (cumpliré 60 años en abril de 2024), mi aspecto es el de un hombre maduro sin sobrepeso, un excelente índice de masa corporal, una proporción muy baja de tejido adiposo y una masa muscular que si bien no refleja mucha potencia, sí predomina en mi anatomía y proyecta una imagen masculina y viril, a diferencia de tantos hombres en mi rango de edad e incluso muchos años menores que presentan sobre peso, escasa masa muscular y carencia de virilidad no solamente en su aspecto, sino en sus actitudes y comportamientos, todo lo cual refleja el deterioro en calidad de vida, parte de la mayor destructividad que hay en el ser humano, el culto a la muerte, necrofilia (lo más opuesto a la biofilia).  

A partir de que perdí mi empleo (hace más de dos años, en agosto de 2021) fui despedido sin justificación tras seis años y tres meses de haberme desempeñado de manera sobresaliente, he vivido un estrés postraumático grave cuyos efectos y secuelas me han hecho cuestionar el sentido de mi existencia, ha intensificado el sufrimiento que emana de la dolorosa conciencia de la violencia que ha dominado mi vida, y ha dado lugar a una inmovilidad que ha dificultado retomar una actividad que me permita volver a ser productivo y ganarme la vida.

Al ejercitarme (si bien lo he hecho de manera un tanto insana, manifestando un mecanismo de evasión que se amalgama en mi psiquis con elementos que parecerían irreales, por ejemplo, la creencia de que alcanzar cifras de decenas de miles de kilómetros recorridos en mi bicicleta me devolverá lo que antagonistas [individuos narcisistas] me quitaron en el pasado) la conciencia de que la actividad que desempeño no es otra cosa que la manifestación de una libido muy potente, energía vital, me reporta un bienestar que la medicina explica como segregación de endorfinas.

A riesgo de parecer un manipulador (algo que no soy), puedo decir que la vida me jugó rudo. Soy hijo de dos personas terriblemente destructivas. Mi padre era un psicópata y mi madre vivió como una enferma psicótica (al parecer sin serlo) o como si padeciera un Síndrome de Estocolmo extremo. Ese padre sádico afectó mi salud mental al violentarme de todas las formas posibles —si bien tengo que señalar que los golpes físicos fueron poco frecuentes— tarea en la que mi madre participó con mucha energía, lo cual dio lugar a un trastorno de tipo neurótico muy severo que al llegar a la temprana juventud y de ahí en adelante, dificultó o imposibilitó que me convirtiera en un hombre productivo, que trabajara y aprendiera a ganarme la vida, e intensificó mi soledad y mi aislamiento.

A partir de los 34 años de edad (hace un cuarto de siglo) comenzó una etapa muy prolongada en que viví con hambre. El dinero de que disponía no era suficiente para procurarme siquiera el alimento necesario y esa precariedad económica se combinó con otros elementos para intensificar mi sufrimiento psíquico cuyo origen era que al violentarme, mis padres y otras personas echaron por tierra los esfuerzos que había realizado durante tantos años (décadas) estudiando como autodidacta para aprender lo que en las aulas no fue posible asimilar; la violencia perpetrada por mis padres y otras personas había afectado mis capacidades cognitivas de forma severa. Mi padre manifestó su crueldad y su sadismo castigándome por ser incapaz de trabajar y ganarme la vida, cuando él había orquestado un ataque en mi contra en el que participó el resto de mi familia (mi madre y mis tres hermanas, a quienes se sumaron los cónyuges de ellas y otras personas) que lanzó mi vida a un precipicio y ello trajo consigo un sufrimiento psíquico que me llevó a perder la voluntad de vivir, y a contemplar el suicidio como la única manera de escapar a un infierno en vida.

Es por ello que en la conciencia de esas características físicas con las que cuento —poco comunes en un entorno en que predomina el deterioro a la salud que muchas personas se provocan a sí mismas— que encuentro una satisfacción y la motivación para seguir adelante y encontrarle sentido a mi existencia, rememorando una vez más a Viktor Frankl, un hombre excepcionalmente fuerte.

Al terminar de pedalear, se me ocurrió tomar mi Smartphone y haciendo uso de un tripié que compré hace tiempo, grabar un video de unos 20 segundos de duración, pedaleando sobre rodillos (cilindros metálicos) vistiendo mis prendas de ciclismo, shorts, camiseta y zapatillas.

No soy dado a exhibirme, pero me parece que hacer eso ocasionalmente expresa autoestima, algo a lo que yo llamo narcisismo benigno.







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