Fromm nos dice que
existen básicamente dos aproximaciones que podemos tomar en nuestro intento por
encontrar sentido y pertenencia en la vida.
El primer método,
lograr la libertad positiva, incluye
intentar reunirse con otras personas sin, al mismo tiempo, renunciar a nuestra libertad
e integridad. En esta aproximación optimista y altruista, Fromm nos visualiza
relacionándonos con otras personas mediante trabajo y amor—mediante la
expresión sincera y abierta de nuestras capacidades emocionales e
intelectuales. En esta clase de sociedad, a la que Fromm llama humanista, ninguna persona se sentiría en
soledad ni insignificante, porque todos seríamos hermanos.
La otra manera de
recuperar la seguridad es renunciando a
la libertad y deshaciéndonos totalmente de nuestra individualidad y nuestra
integridad. Obviamente, tal solución no nos conducirá a la autoexpresión ni al
desarrollo personal. Sin embargo, sí suprime la ansiedad que conllevan la
soledad y la insignificancia y eso explica, de acuerdo con Fromm, porqué tantas
personas se muestran dispuestas a aceptar un sistema totalitario tal como el régimen nazi de la década de los años
1930s.
Adicionalmente a
estas aproximaciones generales para la recuperación de la seguridad perdida,
Fromm postula mecanismos de evasión específicos—“mecanismos psíquicos— que él
considera son análogos a los rasgos del carácter neurótico de Horney.
El primer
mecanismo, autoritarismo, se
manifiesta a sí mismo como tendencias masoquistas o sádicas. Individuos
descritos como masoquistas se
consideran a sí mismos inferiores o inadecuados. A la vez que se quejan de
estos sentimientos y dicen que quisieran deshacerse de ellos, en realidad
sienten una fuerte necesidad de dependencia, ya sea a una persona o a una
institución. Se someten voluntariamente al control de otras personas o de
fuerzas sociales para mostrar comportamientos de debilidad e indefensión ante
otras personas. Obtienen seguridad mediante estos actos de sometimiento y así alivian
sus sentimientos de soledad.
La tendencia sádica, aunque es opuesta a la
masoquista, es hallada en la misma clase de persona, afirmaba Fromm.
Representa, básicamente, una necesidad de ejercer poder sobre otros. Son tres
las modalidades en que las tendencias sádicas pueden ser expresadas. En una, la
persona convierte a otras personas en seres totalmente dependientes de ella
para tener un poder absoluto sobre ellas. Una segunda expresión sádica va más
allá de dominar o someter a otros. Involucra explotar a otras personas
despojándolas de o usando aquello que ellas poseen que resulta deseable—ya sean
objetos materiales o cualidades intelectuales o emocionales. La tercera forma
de expresión sádica involucra el deseo de ver a otros sufrir y ser la causa de
ese sufrimiento. Mientras que el sufrimiento podría involucrar dolor físico
real, más frecuentemente involucra sufrimiento emocional, tal como humillación
o vergüenza.
Fromm llama destructividad al segundo mecanismo de
evasión, que es lo opuesto al autoritarismo. Mientras que el primer mecanismo,
ya sea en su expresión sádica o masoquista, involucra alguna forma de
interacción continua con un objeto, la destructividad tiene como objetivo la
eliminación del objeto. Una persona destructiva se dice a sí misma, en efecto:
“Puedo escapar al sentimiento de mi propia impotencia que se manifiesta cuando
me comparo con el mundo exterior a mí mismo, mediante la destrucción de ese
mundo”. Fromm percibió la evidencia de destructividad, aunque disfrazada o
racionalizada, por todas partes alrededor del mundo. Efectivamente, Fromm
sentía que virtualmente todo era usado como una racionalización para la
destructividad, incluyendo el amor, el deber, la conciencia y el patriotismo.
El tercer mecanismo de evasión, descrito por
Fromm como el que cuenta con el significado social más importante, es la conformidad autómata. Mediante este
mecanismo, una persona disminuye su soledad y su aislamiento al suprimir todas
las diferencias entre sí misma y las otras personas. Logra eso al convertirse
en un ser idéntico a todos los demás, aceptando la conformidad incondicional
con las reglas que controlan el comportamiento. Fromm comparó este mecanismo
con la coloración protectora de ciertos animales. Haciéndose indistinguibles de
su entorno, los animales se protegen a sí mismos. Eso sucede con los seres
humanos que se vuelven conformes en su totalidad.
Esas personas
consiguen temporalmente la seguridad y el sentimiento de pertenencia que
necesitan desesperadamente, al precio del yo. Quien se vuelve conforme con
otros en su totalidad ya no cuenta con un yo; ya no existe el “yo”, como
distintivo de “ellos”. La persona se convierte en “ellos” y un falso yo
reemplaza al yo genuino. Y esta pérdida del yo, la rendición del “yo”, puede
dejar a la persona en peor condición que en la que se encontró antes. El
individuo se encuentra ahora agobiado por nuevas dudas e inseguridades. Ya no
cuenta con una identidad de su yo, un yo genuino, la persona no es más que una
respuesta de reflejo a lo que otros esperan de ella. La nueva identidad, falsa,
puede ser obtenida y mantenida solamente mediante la conformidad constante. No
debe haber relajamiento, deslizamientos; la aprobación y el reconocimiento de
otras personas se perderían si el individuo hiciera algo que implicara una
variante de las normas y los valores.
Hemos visto hasta
ahora la naturaleza básica de los seres humanos como es conceptualizada por
Fromm. Habiendo sido formada histórica y socialmente, debemos conseguir un
equilibrio entre libertad y seguridad de modo que podamos formar un yo sin
experimentar soledad y alienación. Este estado ideal no ha sido logrado hasta
la fecha.
Pero la teoría de
la personalidad de Fromm es más que mecanismos para escapar a la libertad.
Existen aspectos adicionales de la personalidad que dan como resultado el orden
social en el cual vivimos y nuestros intentos por lidiar con él. Para
comprender estos factores, debemos analizar el desarrollo del individuo, tal
como hemos analizado el desarrollo histórico de la humanidad.

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