Debe haber quedado claro hasta el
momento que Fromm expresa una imagen generalmente optimista de la naturaleza
humana. Coincidiendo con Adler y Horney, Fromm no considera que estamos
condenados al conflicto y la ansiedad por fuerzas biológicas inmutables.
Es cierto que
Fromm considera que somos influenciados por fuerzas sociales, políticas y
económicas en la sociedad en que vivimos. Sin embargo, no somos infinitamente
maleables. Una persona no es simplemente una marioneta sujeta a las cuerdas
movidas por fuerzas sociales, o “una hoja de papel en blanco en la cual la
cultura escribe su texto”. Así, ni estamos fijados por instintos ni totalmente
dominados por fuerzas sociales. Por el contrario, poseemos una naturaleza
inherente, un conjunto de cualidades psicológicas por medio de las cuales damos
forma a nuestras personalidades y a nuestras sociedades. Y es aquí donde el
optimismo de Fromm—o al menos su esperanza—se introduce en la imagen. Él cree
que contamos con un instinto innato o una tendencia para crecer, desarrollar y
hacer realidad nuestras potencialidades. Esta, de acuerdo con Fromm, es nuestra
mayor misión de nuestra existencia—convertirnos en lo que potencialmente
podemos llegar a ser. El resultado de esta tendencia inherente en el individuo
es la personalidad. Fromm cree también que poseemos un instinto innato para la
búsqueda de la justicia y la verdad. El fracaso al intentar desarrollar
nuestras potencialidades—fracasar en el intento de convertirnos en personas
productivas—da como resultado infelicidad y enfermedad mental.
Fromm continúa
creyendo que la humanidad puede alcanzar el estado de realización de su
potencial para un crecimiento total de armonía e integración, aunque le
entristece nuestro fracaso hasta el momento actual. Fromm no cree que seamos
inherentemente buenos o malos sino más bien que nos hacemos malos si fracasamos
en el intento de desarrollo y crecimiento íntegro. La única manera en que
podemos unificarnos con otros y con nosotros mismos es logrando el uso total y
productivo de nuestras capacidades. No existe otra manera de conseguir una
armonía verdadera.
Ningún
resultado—el bien o el mal, la realización o la frustración, la armonía o el
caos—está predeterminado, ya sea por la sociedad o por la naturaleza humana.
Solamente el potencial para el bien y la realización existe; el resto depende
de nosotros. Y es el optimismo de Fromm lo que le permite albergar la esperanza
de que tomaremos la decisión correcta y le permite decir a los 70 años de edad,
“¿quién puede renunciar a la esperanza mientras hay vida?”

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