Incluso en las democracias deterioradas existentes, la comunidad
corporativa trabaja incesantemente para que asuntos importantes como el Acuerdo
Multilateral sobre Inversiones (AMI) jamás sean debatidos públicamente. Y la
comunidad de negocios gasta una fortuna financiando un aparato de relaciones
públicas para convencer a los estadounidenses de que este es el mejor de todos
los mundos. El tiempo para preocuparse por la posibilidad de cambio social para
bien, de acuerdo con esta lógica, se dará cuando la comunidad corporativa
abandone las relaciones públicas y deje de comprar las elecciones, permita la
existencia de medios de comunicación representativos, y establezca una
democracia participativa genuinamente igualitaria porque ha dejado de temer a
las mayorías. Pero no hay razón para creer que eso sucederá.
El mensaje más contundente del neoliberalismo es que no hay alternativa
al status quo, y que la humanidad ha alcanzado su nivel más alto. Chomsky
señala que ha habido otros periodos designados como el “fin de la historia” en
el pasado. En las décadas de los años 1920s y 1950s, por ejemplo, las élites de
los Estados Unidos declararon que el sistema funcionaba y que una calma entre
las masas reflejaba una satisfacción con el estatus quo muy difundida. Sucesos
posteriores cercanos en el tiempo pusieron de manifiesto la estulticia de esas
creencias. Sospecho que tan pronto registren las fuerzas democráticas algunas
victorias tangibles, la sangre regresará a sus venas, y el discurso sobre la
imposibilidad de que las cosas cambien para bien seguirá la misma trayectoria
que todas las fantasías de las élites del pasado, que profetizaban que su
dominio duraría un milenio.
La idea de que no existe una alternativa superior al status quo es más
descabellada en la actualidad de lo que jamás fue, en esta era en que existen
tecnologías asombrosas que mejoran la condición humana. Es cierto que sigue sin
clarificarse el modo como puede establecerse un orden post-capitalista viable,
libre y humano, y la noción lleva consigo un rasgo utópico. Pero cada progreso
en la historia, desde terminar con la esclavitud y establecer una democracia,
hasta poner fin al colonialismo formal, tuvo que derrotar la idea de que era
imposible de lograr porque nunca antes se había conseguido. Y como Chomsky se
apresura a señalar, el activismo político organizado es responsable del grado
de democracia que hoy tenemos, respecto a sufragio universal adulto, derechos
de la mujer, uniones de comercio, derechos civiles, las libertades con que
contamos. Aún si la noción de una sociedad post-capitalista parece imposible de
lograr, sabemos que la actividad política humana puede hacer al mundo en que
vivimos considerablemente más humano. Y mientras llegamos a ese punto, tal vez
seamos capaces de pensar en términos de construir una economía política basada
en principios de cooperación, igualdad, autogobierno y libertad individual.
Hasta entonces, la lucha por el cambio social no es un asunto
hipotético. El orden neoliberal actual ha generado enormes crisis políticas y
económicas desde Asia hasta Europa oriental y América Latina. La calidad de
vida en naciones desarrolladas de Europa, Japón, y América del Norte es frágil
y las sociedades se encuentran sumidas en una turbulencia considerable. Se
prevé intensa agitación durante los próximos años y décadas. Existe considerable
duda sobre el resultado de tal agitación, y escasa razón para pensar que
conducirá automáticamente a una resolución democrática y humana. Eso será
determinado por el modo como nosotros, la población, nos organicemos,
respondamos, y procedamos. Como dice Chomsky, si nos conducimos como si no
hubiera posibilidad de que las cosas cambien para bien, garantizamos que las
cosas no cambien para bien. La elección es nuestra, la elección es tuya.
Robert W. McChesney
Madison, Wisconsin
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