En la década de los años 1990s, todas estas ramificaciones de la obra
política de Chomsky —desde anti-imperialismo y análisis crítico de los medios
hasta escritos sobre democracia y el movimiento laboral— se han conjuntado,
culminando en obra como este libro sobre democracia y la amenaza neoliberal.
Chomsky ha hecho mucho para reactivar la comprensión de los requerimientos
sociales para la democracia, recurriendo a los antiguos griegos, así como a los
pensadores más destacados de las revoluciones democráticas de los siglos
diecisiete y dieciocho. Como él afirma claramente, es imposible proponer una
democracia participativa y al mismo tiempo proclamar la supremacía del
capitalismo, o cualquier otra sociedad dividida en clases. Al evaluar las
verdaderas luchas históricas por la democracia, Chomsky revela también cómo el
neoliberalismo es difícilmente algo nuevo, sino en realidad una versión actual
de la batalla de la minoría acaudalada para delimitar los derechos políticos de
las mayorías.
Chomsky podría ser también el crítico líder de la mitología del “libre”
mercado natural, ese himno optimista que es introducido en nuestras mentes
sobre lo competitiva, racional, eficiente y justa que es la economía. Como
señala Chomsky, los mercados casi nunca son competitivos. La mayor parte de la
economía es controlada por corporaciones gigantescas que ejercen un control
tremendo sobre los mercados, y en consecuencia, enfrentan una competencia
mínima del tipo descrito en libros de texto de economía y en los discursos de los
políticos. Más aún, las corporaciones son organizaciones totalitarias, que
operan en líneas no democráticas. Que nuestra economía esté centrada alrededor
de tales instituciones compromete severamente nuestra capacidad para contar con
una sociedad democrática.
La mitología del libre mercado también sugiere que los gobiernos son
instituciones ineficientes cuyas capacidades deben limitarse para evitar que
afecten el “laissez-faire” (dejar hacer, dejar pasar) del mercado. De hecho,
como señala Chomsky con énfasis, los gobiernos son de importancia fundamental
en el moderno sistema capitalista. Otorgan generosamente subsidios a las
corporaciones y trabajan para difundir los intereses corporativos en numerosos
frentes. Las mismas corporaciones que se regocijan de la ideología neoliberal,
son de hecho, frecuentemente hipócritas: desean y esperan que los gobiernos les
otorguen recursos monetarios provenientes del pago de impuestos de los
contribuyentes, y protejan sus mercados de la competencia, pero desean asegurar
que los gobiernos no les cobren impuestos ni trabajen para apoyar intereses no
comerciales, especialmente benéficos para las clases desposeídas y
trabajadoras. Los gobiernos son de mayor tamaño que nunca en la historia, pero
bajo el neoliberalismo, el fingimiento de ocuparse de intereses no corporativos
es mucho menor.
Y en ninguna parte es más evidente la importancia de los gobiernos y las
políticas que producen que en la economía global de mercado. Lo que es
presentado por ideólogos pro-negocios como la expansión natural de los mercados
libres a través de las fronteras es, de hecho, exactamente lo opuesto. La
globalización es el resultado de gobiernos poderosos, especialmente el de los
Estados Unidos, para introducir por la fuerza pactos y otros acuerdos, en las
gargantas de los pueblos del mundo para facilitar que las corporaciones y los
grupos acaudalados dominen las economías de naciones alrededor del mundo sin
obligaciones para las poblaciones de esas naciones. En ningún lugar es esto más
evidente que en la creación de la Organización Mundial de Comercio en la
temprana década de los años 1990s, y ahora, en las deliberaciones secretas a
favor del Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI).
De hecho, es la falta de capacidad para entablar análisis y debates honestos
sobre neoliberalismo lo que constituye uno de sus rasgos más representativos.
La crítica de Chomsky del orden neoliberal se encuentra en efecto fuera del
alcance para el análisis de tendencia mayoritaria, a pesar de su potencia
empírica y debido a su compromiso con los valores democráticos. Aquí, el
análisis de Chomsky del sistema doctrinal en las democracias capitalistas
resulta útil. Los medios informativos corporativos, la industria de las
relaciones públicas, los ideólogos académicos, y la cultura intelectual engrandecen
el efecto de proporcionar “las ilusiones necesarias” para que esta situación
desagradable parezca racional, benévola y necesaria, si no necesariamente
deseable. Como Chomsky se apresura a señalar, no es esta una conspiración formal
de intereses poderosos: no hace falta que lo sea. Mediante una variedad de
mecanismos institucionales, se envían señales a intelectuales, expertos y
periodistas, presionándolos para que consideren al status quo el mejor de los
mundos posibles, y eviten desafiar las ideas de quienes se benefician de ese
status quo. El trabajo de Chomsky es una petición directa a los activistas
democráticos para rehacer nuestro sistema de medios de comunicación para que
pueda abrirse a perspectivas anti-corporativas, anti-neoliberales, y a los
cuestionamientos. Es también un desafío a todos los intelectuales, o al menos a
aquellos que expresan el compromiso con la democracia, a mirarse detenidamente
en un espejo y preguntarse a quiénes pertenecen los intereses y valores por los
que ellos hacen su trabajo.
La descripción de Chomsky de la posesión neoliberal/corporativa de
nuestra economía, política, ejercicio del periodismo, y la cultura es tan
poderosa y abrumadora que en algunos lectores podría producir un sentimiento de
resignación. En nuestros tiempos políticos de desmoralización, algunos podrían
ir un paso más allá y llegar a la conclusión de que estamos atrapados en este
sistema regresivo porque, muy a nuestro pesar, la humanidad simplemente no es
capaz de crear un orden social más igualitario y democrático.
De hecho, la mayor contribución de Chomsky podría ser su insistencia en
las inclinaciones fundamentales democráticas de los pueblos del mundo, y el
potencial implícito revolucionario en esos impulsos. La mejor evidencia de esta
posibilidad es la magnitud de los esfuerzos que realizan las fuerzas
democráticas para impedir que exista una democracia política genuina. Los
gobernantes del mundo entienden implícitamente que el suyo es un sistema
establecido para satisfacer las necesidades de los pocos, no de los muchos, y
que por lo tanto, no puede permitirse que las mayorías cuestionen y alteren el
dominio corporativo.
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