El neoliberalismo es el modelo económico político definitorio de nuestra
era; se refiere a las políticas y procesos mediante los cuales se permite que
un grupo relativamente pequeño de intereses privados controlen tanto como sea
posible de la vida social para maximizar su lucro particular. Asociado
inicialmente con Reagan y Thatcher, durante las últimas dos décadas el
neoliberalismo ha sido la tendencia económica política dominante en el mundo,
adoptada por partidos políticos de centro y gran parte de la izquierda
tradicional, así como por la derecha. Estos partidos y las políticas que
adoptan representan los intereses inmediatos de inversionistas extremadamente
acaudalados y menos de mil corporaciones de gran tamaño.
Excepto por algunos académicos y miembros de la comunidad empresarial,
el término neoliberalismo es en su mayor parte desconocido por el público en
general, especialmente en los Estados Unidos. Ahí, por el contrario, las
iniciativas neoliberales son definidas como políticas de libre mercado que promueven
la iniciativa privada y la elección del consumidor, premian la responsabilidad
personal y la iniciativa empresarial, y socavan el peso del gobierno
incompetente, burocrático y parasitario, que jamás hace nada bien, incluso si
su intención es buena, lo cual rara vez es el caso. Una generación de
relaciones públicas financiadas por grandes corporaciones ha conferido a estos
términos e ideas un aura casi sagrada. Como resultado, sus afirmaciones rara
vez requieren ser defendidas, y son utilizadas para racionalizar cualquier
cosa, desde disminuir impuestos a grupos acaudalados y eliminar regulaciones
ambientales hasta desmantelar la educación pública y los programas de asistencia
social. De hecho, cualquier actividad que pudiera interferir con la dominación
de la sociedad por parte de las corporaciones se vuelve automáticamente
sospechosa porque interferiría con la mecánica del libre mercado, que es
presentada como el único distribuidor de bienes y servicios racional, justo y democrático.
En su forma más elocuente, quienes proponen el neoliberalismo hacen parecer que
brindan enormes beneficios a los desposeídos, al ambiente y a todos los involucrados,
al adoptar políticas que favorecen a las minorías acaudaladas.
Las consecuencias económicas de
estas políticas han sido las mismas en todas partes, y exactamente lo que
cabría esperar: un incremento masivo en desigualdad social y económica, un
marcado incremento en privación severa para las naciones y las poblaciones más
pobres del mundo, una economía global inestable y una bonanza sin precedentes
para los grupos más acaudalados. Confrontados con estos hechos, los defensores
del orden neoliberal afirman que los beneficios de los niveles de vida
favorables inevitablemente serán distribuidos entre las masas de la población—
¡siempre y cuando se permita que las políticas neoliberales que exacerbaron
estos problemas permanezcan sin cambio!
Al final, los neoliberales no pueden y no hacen ningún intento por
presentar una defensa empírica ante la realidad que ellos provocan. Al
contrario, ellos ofrecen —no, exigen— una fe dogmática en la infalibilidad del
mercado no regulado, que tiene su origen en teorías del siglo XIX que tienen poca
conexión con el mundo real. El as bajo la manga de los defensores del
neoliberalismo, sin embargo, es que no hay alternativa. Las sociedades
comunistas, las democracias sociales, e incluso modestos estados de bienestar
social, como los Estados Unidos, han fracasado, afirman los neoliberales, y sus
ciudadanos han aceptado el neoliberalismo como la única posibilidad viable.
Puede ser imperfecto, pero es el único sistema económico posible.
En etapas más tempranas del siglo XX, algunos críticos llamaron al fascismo
“capitalismo sin miramientos,” lo cual pretendía expresar que el fascismo era
capitalismo puro sin derechos y organizaciones democráticas. De hecho, sabemos
que el fascismo es algo mucho más complejo que eso. El neoliberalismo, por otra
parte, es verdaderamente “capitalismo sin miramientos.” Representa una era en
la cual las fuerzas empresariales son mayores y más agresivas, y enfrentan
menos oposición organizada que nunca antes. En este clima político intentan
codificar su poder político en cada frente posible, y como resultado, logran
que desafiar a las corporaciones resulte cada vez más difícil —y prácticamente
imposible— que existan en lo absoluto, fuerzas democráticas no orientadas a la
comercialización.
Es precisamente en la opresión de fuerzas no comercializadoras que vemos
cómo opera el neoliberalismo, no solo como un sistema económico, sino también
como un sistema cultural. Aquí, las diferencias con el fascismo, con su
desprecio por la democracia formal y movimientos sociales altamente movilizados
basados en racismo y nacionalismo, son impactantes. El neoliberalismo funciona
mejor cuando existe una democracia electoral formal, pero se desvía la atención
de la población, apartándola de la información, acceso, y foros públicos
necesarios para una participación significativa en la toma de decisiones. Como
lo expresa el gurú neoliberal Milton Friedman en su libro Capitalism and Freedom
(Capitalismo y libertad), debido a que el lucro es la esencia de la democracia,
cualquier gobierno que ponga en marcha políticas antimercado está siendo
antidemocrático, sin importar cuánto apoyo popular pueda tener. Por lo tanto,
lo mejor es restringir el papel de los gobiernos a proteger la propiedad
privada y a la implementación de contratos, limitando el debate político a
asuntos menores. (Los asuntos reales de producción y distribución de recursos y
organización social deben ser determinados por las fuerzas del mercado).
Pertrechados con esta comprensión perversa del significado de
democracia, neoliberales como Friedman no muestran escrúpulos ante el
derrocamiento militar del gobierno de Allende, elegido democráticamente, en
1973, porque Allende estaba interfiriendo con el control corporativo de la
sociedad chilena. Después de 15 años de una dictadura salvaje y brutal —siempre
en representación del democrático libre mercado— la democracia formal fue
reestablecida en 1989 con una constitución que hace mucho más difícil, si no
imposible, para la ciudadanía, desafiar la dominación corporativa-militar de la
sociedad chilena. Eso es democracia neoliberal en esencia: debate trivial sobre
asuntos menores que básicamente persiguen las mismas políticas pro-corporativas,
independientemente de las diferencias formales y debates de campaña. La
democracia es permisible siempre y cuando el control de los negocios esté fuera
del alcance de la deliberación o cambio popular; es decir, siempre y cuando no
sea democracia.
Comentarios
Publicar un comentario