Mientras
Europa y Japón se recuperaban de la devastación de la guerra, el orden mundial
cambió a un patrón de tres polos. Estados Unidos ha conservado su papel de
dominio, aunque surgen nuevos desafíos, incluyendo competencia procedente del
sudeste asiático y Sudamérica. Los cambios más importantes se dieron hace
veinticinco años, cuando la administración Nixon desmanteló el sistema económico
global de posguerra en el que Estados Unidos era, en efecto, el banquero del
mundo, un papel que ya no era capaz de seguir desempeñando. Este acto
unilateral (aunque de hecho con la colaboración de otras potencias) condujo a
una enorme explosión de flujos de capital no regulados. En 1971, el 90 por
ciento de las transacciones financieras internacionales tenían relación con la
economía real —comercio o inversión a largo plazo— y el 10 por ciento era
especulador. Para 1990, los porcentajes se habían invertido, y para 1995,
aproximadamente un 95 por ciento de las sumas considerablemente mayores eran
especulativas, con flujos cotidianos que con regularidad excedían las reservas
combinadas extranjeras de las siete mayores potencias industriales, superiores
a un billón de dólares diarios, y a corto plazo aproximadamente un 80 por
ciento completaban el proceso en una semana o menos.
Economistas
destacados advirtieron hace más de veinte años que los procesos conducirían a
una economía de bajo crecimiento y bajos salarios, y propusieron medidas
bastante sencillas que podían evitar tales consecuencias. Pero los principales
arquitectos del Consenso Washington eligieron los efectos predecibles,
incluyendo utilidades muy altas. Los efectos se vieron aumentados por el alza
(de corto plazo) en los precios del petróleo y la revolución de las
telecomunicaciones, ambas relacionadas con el enorme sector de la economía de
los Estados Unidos, tema al que regresaré.
Los estados llamados “comunistas” se encontraban fuera de este sistema global. Para la década de los años 1970s, China se reintegraba al mismo. La economía soviética empezó a estancarse en la década de los años 1960, y el edificio en descomposición se derrumbó en su totalidad veinte años más tarde. La región está regresando en gran medida a su estatus de épocas pasadas. Sectores que fueron parte de Occidente están reintegrándose, mientras la mayor parte de la región está regresando a su tradicional papel de servicio, en gran parte bajo las órdenes ex burócratas comunistas y otros asociados locales de empresas extranjeras en combinación con asociaciones criminales. El patrón es común en el tercer mundo, como lo son también sus resultados. En Rusia en particular, una consulta llevada a cabo por UNICEF en 1993 estimó que medio millón de decesos al año son resultado de las “reformas” neoliberales que generalmente apoya. El jefe de la política social en Rusia estimó recientemente que el 25 por ciento de la población había caído por debajo de niveles de subsistencia, mientras los nuevos gobernantes se han hecho de enormes fortunas, una vez más el patrón familiar de las dependencias occidentales.
También
resultan familiares los efectos de la violencia en gran escala llevados a cabo
para asegurar la “estabilidad del sistema capitalista mundial”. Una conferencia
jesuita en El Salvador señaló que con el paso del tiempo, la “cultura del
terror domestica las expectativas de las mayorías”. Las personas dejan de
pensar en “alternativas” diferentes a las de los poderosos”, que describen el
resultado como una gran victoria para la libertad y la democracia.
Estos
son algunos de los contornos del orden global dentro del cual el consenso Washington
ha sido forjado.
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