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"Consenso Washington", tópico de neoliberalismo, Noam Chomsky. Tercera parte

 


El “nacionalismo radical” es intolerable por sí mismo, pero también representa una mayor “amenaza contra la estabilidad”, otra frase con un significado especial. Mientras Washington se preparaba para derrocar el primer gobierno democrático de Guatemala en 1954, un oficial del Departamento de Estado advirtió que Guatemala se había “convertido en una amenaza creciente para la estabilidad de Honduras y El Salvador. Su reforma agraria es una poderosa arma de propaganda. Su vasto programa social consistente en ayudar a trabajadores y campesinos en una lucha victoriosa contra las clases altas y grandes empresas extranjeras le confiere un atractivo potente para las poblaciones de sus países vecinos en Centroamérica, pues ahí prevalecen condiciones similares”. “Estabilidad” significa seguridad para “las clases altas y para las grandes empresas extranjeras” cuyo bienestar debe ser preservado.



Tales amenazas al “bienestar del sistema capitalista mundial” justifican el terror y la destrucción para restaurar la “estabilidad”. Una de las primeras acciones de la CIA era participar en el esfuerzo de gran alcance para socavar la democracia en Italia en 1948, cuando se temía que las elecciones podrían arrojar resultados no favorables; se planeó la intervención militar directa si la subversión no cumplía su cometido. Estas acciones son descritas como esfuerzos para “estabilizar a Italia”. Es incluso posible “desestabilizar para lograr la “estabilidad”. Así, el editor del diario cuasi-oficial Foreign Affairs explica que Washington tuvo que “desestabilizar un gobierno marxista libremente elegido en Chile” porque “tenemos la determinación de buscar la estabilidad”. Con la educación adecuada, la aparente contradicción puede ser superada.

Regímenes nacionalistas que amenazan la “estabilidad”, en ocasiones son llamados “manzanas podridas” que podrían “descomponer al resto del barril”, o “virus” que podrían infectar a otras entidades. Italia en 1948 es un ejemplo de eso. Veinticinco años más tarde, Henry Kissinger describió a Chile como un “virus” que podría enviar mensajes no adecuados sobre posibilidades de cambio social, lo cual infectaría a naciones tan lejanas como Italia, todavía “inestable” pese a años de programas de gran magnitud llevados a cabo por la CIA para destruir la democracia italiana. Los virus deben ser destruidos y otras naciones deben ser protegidas de infección: para ambas tareas, la violencia es frecuentemente el recurso más eficiente, dejando una senda horrenda de carnicería, terror, tortura y devastación.

En la planeación secreta de la posguerra, se asignó a cada parte del mundo su papel específico. Así, la “función principal del sudeste asiático sería promover materias primas para las potencias industriales. África sería “explotada” por Europa para su recuperación. Y así con el resto del mundo.

En América Latina, Washington esperaba ser capaz de implementar la Doctrina Monroe, una vez más en un sentido especial. El presidente Wilson, famoso por su idealismo y altos principios morales, acordó en secreto que “al defender la Doctrina Monroe, los Estados Unidos consideran sus propios intereses”. Los intereses de los latinoamericanos son meramente “incidentales”, algo ajeno a nosotros. Wilson reconoció que “esto podría parecer que esto se basa solamente en egoísmo”, pero sostuvo que la doctrina “no contaba con un motivo más alto o generoso”. Estados Unidos pretendía desplazar a sus rivales tradicionales, Inglaterra y Francia, y establecer una alianza regional bajo su control, que se ubicaría apartada del sistema mundial en que tales arreglos no eran permitidos.

Las “funciones” de América Latina fueron clarificadas en una conferencia hemisférica en febrero de 1945, donde Washington propuso un “Contrato Económico para las Américas” que eliminaría el nacionalismo económico “en todas sus formas”. Los responsables de la planificación en Washington comprendían que no sería fácil imponer este principio. Documentos del Departamento de Estado advirtieron que los habitantes de América Latina prefieren “políticas diseñadas para procurar una mayor distribución en la riqueza y elevar el nivel de vida de las masas” y están “convencidos de que los primeros beneficiarios del desarrollo de los recursos de una nación deben ser los habitantes de ese país”. Estas ideas resultan inaceptables: los “primeros beneficiarios” de los recursos de una nación son los inversionistas estadounidenses, mientras América Latina cumple una función de servicio sin expectativas irracionales sobre bienestar general o “desarrollo industrial excesivo” que podría afectar los intereses de los Estados Unidos.












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