Durante las últimas semanas (desde principios de
julio, tal vez desde finales de junio) he sentido que he logrado grandes
avances en lo referente a mis problemas de salud mental, la sintomatología de
mi grave neurosis, cuyo síntoma más severo parece ser la obsesión en relación
con miles de recuerdos de diferentes épocas de mi vida, en los que predominan
narcisistas malignos, en primer lugar, mi padre psicópata.
Ese individuo
horrendo de aspecto repulsivo hizo lo más que pudo por destruirme (en lo cual,
tristemente, participó mi madre formando con él una simbiosis sadomasoquista) y
mientras me lastimaba de todas las formas posibles, decía que me amaba y que mi
percepción de ser violentado era confusión, incapacidad para darme cuenta de
que lo que él hacía era cumplir con un deber, impedir que “creciera como árbol
torcido” y en realidad lo que él hacía no era otra cosa que la manifestación de
amor paternal que un día yo sería capaz de identificar, valorar y agradecer.
Ese tipo de
racionalizaciones es común entre muchas personas (mayoría) que tienen hijos,
los dañan irremediablemente y se mienten a sí mismas, llamando amor a la
crueldad, la firme determinación de causar un sufrimiento terrible a su
descendencia y al hacer tal cosa, encomendar a sus hijos que cuando a su vez
sean padres, continúen con la labor destructiva que muy pocas personas tienen
la capacidad de identificar, lo cual permitiría romper la cadena de
destructividad.
Pese a los avances
que he conseguido (en apariencia tarde en la vida, en abril pasado cumplí 60
años de edad), durante muchos días, los recuerdos de ese padre psicópata han
aparecido en mi psiquis de manera casi permanente y la furia que despiertan
conlleva desesperación, impotencia y desesperanza. Por ello, se me ocurrió que
puedo hacerme de un mecanismo mental que me permitiría suprimir esos recuerdos
terribles en los que el protagonista es ese sádico que tuve por padre en el
momento en que aparezcan y enfocar mi atención en la parte positiva de mi
existencia, que es real, y en buena medida producto de mi determinación para
enfrentar la adversidad que la vida me deparó y de lo cual puedo sentirme
satisfecho, incluso orgulloso.
A continuación,
presentaré una descripción de ese individuo, un narciso maligno que presentó la
triada a la que Erich Fromm, el gran psicoanalista judío, originario de
Frankfurt, llamó en uno de sus libros (el corazón del hombre) el síndrome de decadencia: narcisismo,
necrofilia (amor a la muerte) y vínculos incestuosos.
Espero que el
texto no resulte demasiado desagradable, pero si así sucediera, no me
disculparé por ello. La verdad resulta muchas veces indeseable y muchas
personas le temen más que al mismísimo Satanás, si tal ente existe.
La verdad resulta
necesaria porque con ella —en palabras de Erich Fromm, citando a Sigmund Freud
en otro de sus libros, el arte de amar—
puede alcanzarse la sanación. Parece una conclusión lógica que, sin la verdad,
la recuperación —la sanación— resulta una imposibilidad.
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