Me desvié un poco
de mi ruta para pasar por un parque al que llevo casi cotidianamente a mi
mascota, mi perrita Clara (que ha estado conmigo durante seis años y nueve
meses) y me encontré con un conocido al que pedí de favor tomara un video
usando mi Smartphone. Este buen hombre accedió y tomó un breve video de unos
siete segundos. Poco más tarde lo compartí vía WhatsApp con algunos de mis contactos
y lo subí a Twitter (ahora X) para después añadir un tweet superpuesto en el
que expresaba la idea de que he sido un deportista durante más de 40 años,
comparto este tipo de imágenes (video o foto) muy esporádicamente, no me dedico
a exhibirme, y nunca he puesto un pie en un gimnasio. Un buen hombre, que me
sigue y al que sigo en Twitter (X) respondió que él hace lo mismo, evita el gym y en lugar de ello practica la
carrera a pie, se ejercita en bicicleta y “hace barra”.
He expresado
muchas veces, al hablar con personas como mi madre, conocidos, y psicólogas vía
telefónica, que este asunto de ir al gym es
uno de esos comportamientos idiotas de la colectividad. Muchas personas no lo
hacen motivadas por un interés en contar con una buena aptitud física y una
buena salud, sino porque es lo de hoy,
tienen que decírselo al mundo, se exhiben vistiendo prendas como zapatos
deportivos de alto precio (tenis) y prendas como pantalones muy ajustados (tipo
mallas, principalmente las mujeres), shorts en el caso de los hombres, y
camisetas que permitan apreciar al espectador la figura escultural de quien las
lleva puestas.
Este
comportamiento de cordero
(rememorando a Erich Fromm en el primer capítulo de El corazón del hombre), es una de esas idioteces de la colectividad
que por lo menos en cierto sentido podría considerarse positivo por los
beneficios a la salud, pero yo expreso serias dudas a ese respecto.
Muchas personas
que acuden a ese tipo de negocios, gimnasios, buscan hacerse de una anatomía
muy escultural, ser muy hermosos. Para acelerar el progreso, consumen
sustancias potencialmente muy peligrosas como hormona del crecimiento,
esteroides anabólicos, cafeína (no de manera natural, sino como producto
farmacéutico), e incluso anfetaminas y otras sustancias, lo que implica riesgos
mayores.
Además de
exhibirse en el gym, esos corderitos
idiotas se pasean por otros lugares vistiendo sus costosas prendas y suben a
redes sociales (como Instagram, Facebook y en menor medida Twitter) imágenes en
las que aparecen caminando en una máquina de alfombra rodante y usando alteras
diversas.
Quien tenga un
interés real, genuino en la actividad física vinculada con la salud, no acude a
un gimnasio. El entrenamiento de fuerza puede ser muy necesario y para ello, la
persona puede adquirir un par de mancuernas, una barra, discos, tal vez una
banca tipo bench press; todo lo cual no es en realidad un gasto, sino una
inversión que se paga por sí misma al eliminar cuotas y traslados, con todo lo
que ello implica.
Al referirme a
comportamientos idiotas de la colectividad, menciono con mucha frecuencia este
fenómeno del gym. Mi práctica
deportiva comenzó en mi adolescencia como una manifestación de lo que en
psicología se conoce mecanismo de defensa positivo, compensación. Ha sido uno
de mis grandes aciertos y ya bien entrado en la edad madura, a las puertas de
la tercera edad, proyecto un aspecto poco común, lo cual sería el menos
importante de los beneficios. Mi salud física es excepcionalmente buena, el
funcionamiento de mi organismo es óptimo, y ese estilo de vida refleja una
postura biófila, amor a la vida.
Me permito
compartir en este espacio ese breve video
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