Ser un triunfador… o más bien, no ser un fracasado

 

Ayer viernes salí en Alu Bike —bicicleta de cuadro de aluminio muy pesado, con llantas que presentan una alta resistencia al rodamiento; fricción— a recorrer un circuito de forma oval, de unos 3 mil metros de longitud que incluye pendientes muy fuertes. Calles casi desiertas, bajas temperaturas, mayor capacidad de oxigenación.

Potencia muscular, alta capacidad cardiopulmonar. Un organismo que funciona de manera óptima, casi perfecta; mi aspecto refleja eso, hace de mí un hombre de apariencia excepcional, formidable. Eso lastima a los pendejos, masacotes amorfos, asexuados, incluso afeminados, aunque usen barba y bigote; lo único que los diferencia del género femenino, pues a la mujer no les crecen pelos en el hocico. Varones de todas las edades carentes de la producción adecuada de masa muscular que sería razonable esperar en un hombre. Sus hormonas de secreción interna no funcionan porque esos individuos han optado por vivir ajenos a la naturaleza, se alimentan a base de productos altamente industrializados, consumen altas cantidades de azúcar (sacarosa) y otros edulcorantes (artificiales), abusan del alcohol y otras drogas (legales o no legales), evitan moverse, optan por llevar vidas sedentarias como si fueran inválidos, sin serlo.



Al ser vislumbrado, parezco muy superior a muchos hombres sin pretender ser superior a nadie. Mi discurso —mi capacidad para expresar ideas de forma verbal, la amplitud de mi vocabulario— intimidan a otros, en un entorno de gente profundamente inculta, analfabeta, iletrada.

Mi juventud terminó hace tiempo y ahora que me acerco a la tercera edad, de alguna manera me percibo como un triunfador. No del modo como se concibe ese término (se acostumbra evaluar a un individuo en base a su éxito en lo económico), sino en mi capacidad para seguir avanzando, mantener un estilo de vida sano, biófilo.

Tantos hombres participan en la carrera de ratas destruyéndose a sí mismos, junto a sus cónyuges, dañando a su descendencia —muchas veces irremediablemente— y toda esa descomposición —la destrucción de la salud, tanto física como mental—, esa postura necrófila, se refleja en su aspecto.

Despertar hostilidad en pendejos (sus números son abrumadores, no están escasos) debe ser para mí un indicador de triunfo; no soy un perdedor, un fracasado; nunca lo fui.





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