Padre
maldito:
Grandísimo
hijo de puta. Mañana jueves 14 de diciembre se cumplirán 16 años de que te
fuiste de este mundo, de que te fuiste a chingar a tu madre. ¿Estás con ella,
con esa mujer que te engendró en sus entrañas? Tengo buenas razones para creer
que la hembra (que murió 13 o 14 años antes de que yo naciera, cuando tú
llegabas a la pubertad) era una enferma psicótica. Y te pregunto, ¿estás con
esa pinche vieja loca? Mencioné que te fuiste a chingar a tu madre. Tú sabes lo
que significa esa palabra, chingar. Sí, significa violar.
Siempre
fuiste terriblemente incestuoso. Considerabas a tus tres hijas (debería decir
cuatro, si contamos a la que tuviste fuera del matrimonio, con dos varones
mayores que ella, resultado del adulterio) parte de tu harén y un día atacaste
sexualmente a tu hija menor, intentaste violarla. Esa infamia contribuyó a que
ella muriera prematuramente, dejando tres hijos huérfanos —un hijo varón
llegando a la pubertad, dos hijas pequeñas, que apenas habían dejado de ser
bebés.
Mataste
a tu hija menor e intentaste hacer eso mismo conmigo, orillarme al suicidio.
Ahora que he vencido a otros individuos que como tú padecían patologías
narcisistas, puedo apartar de mi mente miles de recuerdos terribles de todas
las épocas de mi vida y dejar de pensar en ti.
Al
dejar de llevarte en mi psiquis, te conviertes en una parte de mi historia que
es asimilada y se convierte en sabiduría y eso hace que tú te vayas por un
ducto idéntico al de un caño por el que se desalojan aguas negras —orines y heces
fecales, deyecciones sucias— pero mucho menos inmundas que tú, cerdo depravado.
Te llevas contigo al megalómano que me asestó una puñalada por la espalda nueve
años antes de tu muerte y al narciso psicópata que me acosó laboralmente cuando
me hallaba bien adentrado en la edad madura, en la década de mis años 50s y
consiguió que finalmente se consumara otra injusticia que una vez más mandó mi
vida cuesta abajo.
A
más de una década y media de tu partida, 15 + 1 años, me despido de ti, sabiendo
que recordarte no despertará más dolor y furia impotente, sino al contrario;
cuando cualquiera de esos miles de recuerdos de esas épocas en que estuviste
presente en mi vida acudan a mi mente, me habré percatado de que enfrenté con
valor la adversidad, hice acopio de fuerza de voluntad y una potente libido —energía
vital— para convertir mis debilidades en fortalezas y logré ser muy diferente a
ti.
Sé
que te llevas contigo a esos antagonistas, a esos débiles mentales que al ser
incapaces de enfrentar su impotencia vital (al menos intentarlo) desarrollaron
un narcisismo muy patológico y a quienes mi presencia amenazó esa egolatría, y
la lesión resultante provocó una furia que manifestaron haciendo gala de una
tremenda cobardía, pero con intensidad homicida.
Sabes
que dos años y ocho meses después de tu deceso, ese hijo varón al que elegiste
culpar de todo lo que estaba mal en tu vida primero, y más tarde de todo lo que
estaba mal en el mundo, se enteró de que tus cenizas (pues tu cadáver había
sido cremado) se hallaban en esa vivienda que había habitado durante cerca de
29 años y las echó por el retrete. Así, lo que quedaba de ti se fue por donde
se va la porquería; algo congruente.
Adiós,
Edipo fornicador de madre, cerdo incestuoso de carácter anal maligno, adorador
de la muerte (necrófilo) y narcisista. Hasta nunca.
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