Liberación

 

El sábado pasado, 21de octubre, hice algo que me había propuesto evitar hacer. Haciendo uso de mi computadora personal (una all in one, marca Hewlett Packard, bastante deficiente) busqué información en internet sobre los personajes que participaron en la infamia que se cometió al despedir a un empleado que había sido objeto de acoso laboral, y al hacer lo que tenía derecho a hacer, negarse a aceptar la impunidad obsequiada a su agresor, se le despojó de su empleo. Se había desempeñado en el puesto de químico traductor durante seis años y tres meses, y había sido considerado excelente en todos aspectos; puntualidad, asistencia, desempeño, disciplina, productividad, etc. En contraste, su agresor era bien conocido por toda la empresa como una de las personas más dañinas de los más de mil empleados de la compañía. Una mujer que encabezaba el departamento más importante de esa empresa, donde se desarrollan los productos farmacéuticos, había hecho un acuerdo con el hijo del dueño —hombre joven, seducido por el mal llamado éxito, el lucro sin límites— que consistía en hacer uso de sus altas capacidades intelectuales para desarrollar nuevos productos y producirlos en el menor tiempo posible, para lo cual, haría falta eliminar cualquier obstáculo que retrasara (así fuera en mínima medida) la producción.

Debe ser fácil entender que los volúmenes de producción son directamente proporcionales a las utilidades (a mayor producción mayores ingresos), y como sucede la mayor parte de las veces, lo único que importa es el lucro. Con el paso de los años, Silvia dio a ganar enormes cantidades de dinero a esa empresa fabricante de medicamentos genéricos, y como resultado de ese acuerdo antiético y deshonesto con los dueños de la compañía, se hizo de un poder que parecía no conocer límites. Cualquier empleado de la empresa, sin importar su nivel en el organigrama (así ocupara un puesto de dirección, que era el de ella), era susceptible de ser despedido si Silvia se lo ordenaba al hijo del dueño —que era el director general solamente por su parentesco con el propietario y fundador de la empresa—, y análogamente, quienes gozaban de su protección (calidad de intocable, como se mencionó anteriormente) podían cometer cualquier acto incorrecto —en el caso del narciso que me acosó podía hacer la vida miserable a quien se le antojara— y Silvia impediría que se le despidiera, violando incluso la normatividad de la entidad gubernamental que regula los asuntos laborales en este país.

El intocable acosador en cuestión era un individuo joven que a todas luces padecía una patología narcisista —en apariencia un trastorno narcisista de la personalidad, aunque al observarlo más detenidamente es fácil identificar características psicopáticas— y sus actividades de acoso laboral se manifestaban como campaña de desprestigio (algo que a mi parecer es un eufemismo de difamación de honor, daño moral, lo cual es un delito) y el poder de Silvia, en combinación con una adicción al trabajo (cuyo origen era una ambición desmedida) dio lugar a que perdiera la cabeza y ordenara a parte del personal que tenía bajo su mando que incurriera en la comisión de delitos en sus actividades de desarrollo de nuevos productos.



Mi relación laboral con la empresa terminó a mediados de agosto de 2021, hace ya 26 meses, y a partir de ese día, tuve mínimo contacto con algún ex compañero de trabajo y no sé qué sucedió cuando me hube ido de la empresa, pero tengo buenos motivos para pensar que mis acciones (perfectamente lícitas y correctas) al responder a la vileza que se cometió, se convirtieron en el detonante para una hecatombe que trajo consigo consecuencias gravísimas para las personas que cometieron las faltas más graves, y para otras personas que participaron en la violación a reglas, normatividad e incluso en la comisión de delitos de diversas maneras, con diferentes niveles de responsabilidad y de perversidad.

Pese a que se me liquidó porque mi despido fue injustificado, y mi situación económica siguió siendo desahogada durante un periodo de tiempo considerable, la afectación por esa injusticia fue muy severa. Caí a un pozo en el que el sufrimiento no era extremo, pero sí intenso, abrumador, de hecho. Intensifiqué la actividad que se convirtió desde décadas antes —la práctica de mi deporte, el ciclismo de ruta— en un mecanismo de evasión (de lo cual no tuve conciencia durante muchos años) provocándome agotamiento físico para anestesiar el sufrimiento psíquico. Al mismo tiempo, está presente una obsesión con el avance del kilometraje en un dispositivo electrónico montado en el manubrio de mi bicicleta (ciclo-computadora) que registra diversas variables, en particular la distancia total (odómetro), que me hace sentir que llegar a múltiplos de 10 mil kilómetros trae un evento favorable, como hacerme de ocupación que me proporciona seguridad económica, algo que merezco pues me esforcé durante muchos años, en condiciones muy difíciles, para convertirme en un hombre productivo, útil a la sociedad. En lugar de ello, como resultado de las acciones perpetradas por individuos narcisistas como mi padre (un psicópata) y un compañero de la universidad (un megalómano) que me dio el primer empleo de toda mi vida para despojarme del mismo dos meses y medio más tarde, a lo cual se sumó toda mi familia y no pocas personas más, caí a un precipicio y mi vida se convirtió en una pesadilla permanente que con mucha frecuencia degeneró a un infierno. No sé cómo sobreviví.

La verdad es que el estrés postraumático resultante de esa enorme injusticia, ser objeto de agresiones graves y ser castigado por ello, me sumió en una inmovilidad casi total que intensificó la sintomatología de mi neurosis, como la repetición incesante de pensamientos (en particular agresiones de muchas personas que transgredieron mis límites de todas las formas posibles), comportamientos de evitación (dejar tareas para después, en ocasiones de forma indefinida), furia intensa provocada por cualquier desacierto de mi madre anciana (que no debería vivir conmigo, pues con mi padre manifestó una tremenda destructividad y casi me aniquiló), fantasías siempre presentes (imaginar que soy un ciclista de alto rendimiento, o un músico grado virtuoso, cosas así), pero sobre todo, pensar en que puedo vengarme de mis agresores, provocarles un sufrimiento tremendo para que ellos mismos se encarguen de aniquilarse o por lo menos arruinarse, me ha mantenido en esa inmovilidad e incluso la actividad física excesiva dio lugar a un agotamiento que me obligó a disminuir el tiempo y la intensidad de las sesiones de entrenamiento.

Por eso me había propuesto no buscar información que tuviera que ver con todo este asunto en la red, pero el sábado lo hice y al acostarme a dormir, ya a altas horas de la noche, extrañamente no sentí malestar ni inquietud por haber transgredido esa regla.

Al día siguiente, domingo 22 de octubre, sentí una extraña tranquilidad y ayer lunes, 23 de octubre, sentí que había conseguido amainar los efectos de ese estrés postraumático que se derivó de todo el asunto, e incluso que es posible que haya comenzado a derrotar a ese enemigo que llevo conmigo, la grave neurosis que prácticamente imposibilitó que me convirtiera en un hombre productivo, que me hiciera de un patrimonio, que me integrara a grupos de personas buscando relacionarme (socializar) de una forma saludable, etc.

Esa grave patología y la violencia de la que fui objeto durante la mayor parte de mi vida casi me aniquiló (viví con una ideación suicida, algo que comenzó a manifestarse desde mi infancia), mas conseguí evitar el abuso de sustancias y en cambio opté por un estilo de vida caracterizado por buenos hábitos de higiene, lo cual parece reflejar un fuerte amor a la vida y una potente libido, energía vital.

Ahora que parezco haber superado la adversidad que comenzó a gestarse desde mi más temprana infancia, siento que el malestar y el sufrimiento se han ido, llevándose ese bloqueo que no me permitía plasmar mis ideas, pensamientos y sentimientos mediante la palabra escrita, pese a que cuento con las habilidades para ello.

Hoy martes 24 de octubre desperté como a las tres de la mañana, ingerí el alimento que omití ayer (la cena), desplacé materia vegetal hacia un área verde cercana a mi vivienda, y poco antes de las seis de la mañana salí a caminar con mi mascota, mi queridísima perra Clara que el próximo 1 de noviembre cumplirá seis años y siete meses conmigo, y el 19 de ese mismo mes, siete años de edad.

Ahora seré capaz de contemplar la parte buena de mi existencia y de dar la importancia adecuada a los aspectos negativos de mi entorno y del mundo que habito.

Siento que esta vez sí he salido del túnel




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