Derrotar a tres antagonistas que intentaron aniquilarme, 1ª parte
Han pasado 26 meses a partir de aquel fatídico martes
17 de agosto de 2021, en que se consumó una injusticia muy grande (que comenzó
cuatro años antes) y fui despojado de mi empleo por negarme a aceptar la
impunidad obsequiada al narciso que me acosó laboralmente, un intocable que
podía hacerle la vida miserable a quien se le antojara y vivía convencido de
que no tenía nada que temer de nadie.
Eso fue una
repetición de lo que ha sido mi vida, casi desde el principio. En un escenario
en que hay un agresor y un agredido, el agresor es arropado, protegido; el
agredido es castigado con la mayor severidad. Esto sucede la mayor parte de las
veces.
Hace tiempo,
comencé a interactuar con una dama en mi red social favorita —Twitter, ahora X—
que escribió un libro sobre Gaslighting,
término que es traducido al español como Luz
de gas, una técnica perversa que usan individuos que adolecen de patologías
narcisistas para dañar la salud mental de sus víctimas. Describe los
comportamientos de esos individuos, que violentan a otras personas, sin el
menor motivo y no se detienen ante nada. Resultó muy doloroso percatarme de que
personajes importantes en mi historia de vida adolecían de esas patologías
narcisistas (si bien el tema no era nuevo para mí), como ese mal compañero de
trabajo que me acosó en ese empleo; otro narciso que fue mi compañero en la
universidad (un megalómano), me contrató para el primer empleo de toda mi vida,
para arrebatármelo dos meses y medio más tarde; y el más importante de todos:
mi padre. Ese mal individuo era un psicópata, un sádico que con participación
de mi madre y muchas otras personas, dificultó mi vida en la mayor medida
posible, me sometió a tortura psíquica con intenciones de orillarme al
suicidio, casi me destruyó.
Muchas otras
personas me hicieron daño, entre ellas, tres médicos psiquiatras –verdaderos
delincuentes, que manifestaron una perversidad inconcebible.
Con el paso del
tiempo (no soy joven, me encuentro a las puertas de la tercera edad), he
aprendido mucho sobre la naturaleza humana. Me he percatado de que mi
apariencia física, la de un hombre delgado, físicamente apto (atlético),
razonablemente fuerte, en combinación con la fisonomía de un hombre de raza
blanca (caucásico, algo que no soy, sino un mexicano mestizo), lastima a
individuos que presentan características muy diferentes (entiéndase, un aspecto
precario) y al percibir sus carencias al compararse conmigo, se sienten
amenazados. Su debilidad mental, su impotencia vital, inocula en ellos un narcisismo
muy patológico y empiezan a manifestar sus malas características, exhibiendo
sus miserias con la mayor impudicia. Hombres
de ese tipo, me han afectado a lo largo de mi vida, manifestando una violencia
encubierta, de forma cobarde, del tipo arrojar
la piedra y esconder la mano. Los
efectos de esa violencia dañaron mi vida a un grado tal que casi me aniquiló.
El estrés
postraumático que provocó esa injusticia, ser despojado de mi empleo, se
combinó con mi grave patología (neurosis) y me inmovilizó casi totalmente. Me
limité a ejercitarme en mi bicicleta de carreras (incrementando los esfuerzos,
manifestación de un mecanismo de evasión) y a hacer aquello que no puedo dejar
de hacer, pasear a mi mascota cotidianamente (mi perra Clara, que ha estado
presente en mi vida durante los últimos seis años y medio), salir a comprar
víveres para el hogar donde vivo con mi madre octogenaria, cosas así.
¿Qué despertó una
furia homicida en ese megalómano de nombre David, que fue mi compañero en la
universidad, se hizo pasar por amigo, no disimuló mucho el odio que sentía, me
contrató para el primer empleo de toda mi vida para arrebatármelo dos meses más
tarde, al descubrir que sus capacidades intelectuales no eran superiores a las
mías?
Para responder esa
interrogante, hace falta describir a este sujeto, y relatar alguna vivencia para
ilustrar el origen de su comportamiento vil, perverso y cobarde en extremo.
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