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Crecer en la Unión Soviética, blog de Ekaterina Netchitailova

Esto es un ejercicio de traducción, tomado del blog de una dama a la que sigo en Twitter (ahora X), Ekaterina Netchitailova @Chitailova

 

13 de octubre de 2023

Crecer en la Unión Soviética

Miro con desesperación cómo se derrumba el mundo bajo el peso de tantas guerras.

Me duele el corazón cada vez que reviso lo que sigo en X o leo las noticias en los medios antiguos. Gente muere, atrapada en pobreza, sin la mínima posibilidad de mejorar su condición de una vida.

Frecuentemente me pregunto ¿cómo podría mejorar el mundo?, ¿cómo podría cambiar para bien?

Quisiera decir que en una época viví en un hermoso orbe, era feliz en él. Recibí el privilegio de nacer en el mejor país del planeta: la Unión Soviética. El nombre de ese país quedó en mi pasaporte durante un periodo de tiempo considerable, antes de que cambiara a Rusia, como si la Unión Soviética no hubiera existido jamás.

Existió, y fue capaz de impedir que el resto del mundo se trenzara en guerras de enormes dimensiones. Funcionó como una fuerza descomunal al servicio del bien y de la justicia. Se fusionaron diferentes religiones y nacionalidades, y a todos les fueron concedidas las mismas oportunidades. Cada uno de nosotros contó con una educación del más alto nivel, excelente atención médica, y no hubo personas sin hogar, pobreza ni desesperación.

Por supuesto, mis privilegios fueron tal vez un poco mayores. Nací en Moscú, la capital de esas hermosas tierras. Pero pasé dos años de mi infancia en Ucrania Oriental y en el sur de Rusia, a dónde regresé más tarde cada verano, a pasar tiempo en la granja de mis abuelos. Mis primos vivían en Donbas, y la vida, en términos de confort material era igual que en Moscú. Todos disponíamos de los mismos productos, los mismos libros, la misma música. Solamente había dos canales de televisión, y así, crecimos mirando las mismas películas, dibujos animados y cantando las mismas canciones.

Era una vida bella. No pasábamos mucho tiempo en las tiendas, porque la elección de productos era muy sencilla: podíamos obtener dos tipos de queso y un tipo de salchicha. Como resultado, la comunicación entre nosotros era mayor. Comíamos los mismos platillos exquisitos y hablábamos mucho de la vida, de su significado, de los libros que leíamos, de nuestros sueños y de nuestras aspiraciones. Durante los veranos en Ucrania y en Rusia, nos reuníamos en el parque local, encendíamos una fogata y cantábamos acompañándonos con una guitarra. Era tan sencillo y maravilloso que comenzábamos cada día como niños felices con el aroma de panes que mi abuela horneaba para nosotros. En domingo comíamos asados y los otros días alimentos del huerto. De vuelta en Moscú, asistía a museos o al teatro cada fin de semana. Todos podíamos pagarlo, nadie era pobre, la gente recibía más o menos el mismo pago por su trabajo y vivía una existencia simple y sin embargo plena.

Crecer en la Unión Soviética me enseñó muchas cosas, a saber, respetar todas las religiones, todas las nacionalidades y todos los estratos sociales. Y ahora, cuando veo lo que está sucediendo en nuestro mundo maravilloso, la consciencia de lo que la vida puede ser es lo único que me da esperanza respecto a nuestra humanidad.





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