Tranquilidad, victoria definitiva

 

En un pasado reciente, releyendo a Erich Fromm, sentí un gran interés por el psicoanálisis; fascinación, de hecho. Pensé de pronto que para resolver mi mayor problema —librarme de mi patología— sería conveniente (tal vez indispensable) comprender el origen de la neurosis en el ser humano. Por ello, releí capítulos de diferentes libros de ese psicoanalista alemán, Erich Fromm.

Después busqué en la red, en algo relacionado con Wikipedia (en inglés, en español no sirve) una definición breve y concisa del término neurosis. Analicé detenidamente cada una de sus características, y al cabo de horas, fui capaz de internalizar ideas que llevaba en mi mente desde hacía años, pero que no había asimilado.

Pasé los últimos dos años (a partir de agosto de 2021, cuando fui dado de baja de un empleo que desempeñé durante seis años y se consumó una gran injusticia) en una inmovilidad cuyo origen era un estrés postraumático que elevó mi sintomatología neurótica a su máxima expresión. Intentaba escribir —ya fuera en un blog o traducción de algún tema— y enfrentaba dificultades mayores a las habituales; frecuentemente resultaba imposible y abandonaba la tarea. Durante largos periodos evité siquiera encender mi computadora de escritorio, pasé demasiado tiempo usando mi Smartphone, principalmente la red social Twitter, e incluso leer (los citados libros de Erich Fromm y ocasionalmente literatura, autores como Walter Scott, A. J. Cronin, Noam Chomsky, Henry David Thoreau, etc.,) resultaba frustrante y difícil porque apenas leía unas cuantas líneas, mi atención se desviaba a otros asuntos.

De pronto —el día de ayer— sentí que había cerrado una compuerta, que recordaba todo lo que sucedió en ese empleo en la industria farmacéutica donde pasé seis años y tres meses, pero los sentimientos de furia y dolor habían desaparecido, o por lo menos, su intensidad había disminuido a un nivel que ya no me provoca inquietud.

No obstante, durante las horas que estuve dormido (a partir de la media noche de hoy jueves) soñé con ese lugar (esa empresa farmacéutica), con mis compañeros de trabajo, pero sobre todo, con respuestas en extremo vagas sobre mis interrogantes sobre lo que sucedió unas semanas después de que fui echado a la calle.

Llevo en mi psiquis la idea de que algunas personas (no podría decir cuántas) acabaron destrozadas. No puedo determinar si este término es literal, metafórico, o una combinación de ambos.

Me causó mucha inquietud y furia que se me señalara y estigmatizara como un enfermo mental. La mujer que encabezaba el departamento al que pertenecí —que había dado a ganar muchísimo dinero a la empresa y mediante un acuerdo con el director general, hijo del fundador de la compañía, se había hecho de un poder que parecía no conocer límites— se había ido, despidiéndose de los integrantes de su coto de poder vía electrónica, usando frases muy vagas. Me he preguntado durante el tiempo transcurrido si esa mujer está en la cárcel, o prófuga, o tal vez muerta… He pensado en el médico de la empresa, individuo de capacidades intelectuales deplorables, que adolecía de delirios de grandeza (como la inmensa mayoría de sus colegas, médicos que padecen patologías narcisistas, su ocupación de tiempo completo es sentirse superiores al resto de los mortales), y en el acosador —narciso afeminado con su nubecilla de maricas, perdidamente enamorados de él— y el malestar que ello ha provocado ha sido uno de los componentes de ese estrés postraumático que más me ha afectado.

He comenzado a normalizar mi práctica deportiva, el ciclismo de ruta, que he limitado a entrenar sobre rodillos porque mi salud se vio disminuida por haber realizado esfuerzos excesivos a partir de que perdí mi empleo.

Cuando pedaleo —especialmente cuando comienzo a utilizar multiplicaciones altas y aumenta la velocidad— me recuerdo que gané, que vencí a mis antagonistas, que esos grupitos de canallas cobardes acabaron hechos pedazos y una vez más, teniendo todo en mi contra, fui capaz de vencer contundentemente a personas destructivas.

Siento una tranquilidad que en tiempos pasados (no muy lejanos) habría calificado de extraña.

Me parece que estoy en condiciones de comenzar a plasmar lo que llevo en mi mente haciendo uso de la palabra escrita. Quiero decir, puedo comenzar la transición, escribidor a escritor.

Me dispongo a poner manos a la obra.

 






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