Marqué un número de una asociación civil de nombre Fundación Origen, que
en realidad es otro ejemplo de falsa filantropía. Me habían negado el servicio
a finales de marzo pasado porque un marica me agredió en dos ocasiones, intenté
dar la queja correspondiente a alguna supervisora, y la tipa que me atendió se
comportó como una persona de lo más indecente. La clase de persona que sabotea
el discurso de su interlocutor, haciendo parecer que este está diciendo lo más
opuesto a lo que intenta comunicar, y al provocar frustración, furia, ella
argumenta que le está levantando la voz, faltándole al respeto.
Otra mujer que se comporta como puta de burdel de mala muerte, le guste o no el término.
Durante la madrugada del viernes me atendió en Fundación Origen una
psicóloga con la que meses atrás había tenido malas experiencias, de nombre
Carolina Bárcenas. No sé qué sucede con esta señora, si se trata de una persona
muy estúpida, padece algún daño cognitivo, o de plano es otra tipa muy cabrona,
otro caso de hembra con pretensiones de puta de burdel de mala muerte.
A principios de este año, hablando con ella, le había comentado algunas
cosas sobre mí. Por supuesto que tenía que decírselas, pues siendo
desconocidos, ella no podría saberlas, a menos que contara con poderes
adivinatorios. Le informé que he pasado mi vida leyendo, he mostrado una
inclinación (que parecería natural) hacia la búsqueda del aprendizaje. Me han
interesado muchos temas, he desarrollado capacidades para buscar información
sobre temas de literatura, historia, últimamente filosofía; incluso mediante la
lectura, avancé mucho en el aprendizaje de una lengua extranjera (el inglés)
que llegué a dominar, y me convertí en traductor inglés-español como
autodidacta.
Pregunté a esta psicóloga qué pensaba sobre lo que yo le decía,
pidiéndole un comentario muy general, nada más algo sencillo sobre la impresión
que escuchar mi discurso le hubiera causado. Ella me respondió que no podía
hacer un dictamen exactísimo sobre el tema; es decir, dijo lo más opuesto a lo
que yo le planteaba.
Esta madrugada del viernes pasado, le hablé a esta mujer sobre los
conflictos que me he visto obligado a enfrentar con individuos que padecen
patologías narcisistas. Dos casos graves de acoso laboral (uno ocurrido hace
más de 25 años, otro entre 2017 y 2021, que culminó con mi despido
injustificado en agosto de ese año, 2021). Dije a esta señora de nombre Carolina
Bárcenas que yo cuento con características poco comunes, si bien (y esto es muy
importante) mis facultades no son excepcionales; son bastante buenas, pero sigo
siendo un hombre común.
Me refería a que cuento (perdón si suena a pedantería) con un nivel
intelectual/cultural poco común. Esto porque mi cociente intelectual está
arriba del promedio (no sé cuál es, ni quiero saber) aunque sé bien que de
ninguna manera se trata de una inteligencia superior, nada de eso. Mi nivel
intelectual se debe en buena parte a que comencé a leer en cuanto inicié mi
educación básica (a los seis años de edad), siempre me sentí muy motivado para
eso, y nací con un talento natural para todo aquello que tiene que ver con
lectura-escritura.
Durante la década de mis años 20s, comencé a leer libros y todo tipo de
publicaciones periódicas en inglés (completos, no condensados) buscando cada
palabra desconocida en un diccionario y así pasé de un nivel intermedio a
avanzado. Me esforcé mucho para ello, sintiéndome muy motivado porque siempre
me sedujo la palabra escrita, la literatura, la historia, etc. La combinación
de esos tres factores —un buen cociente intelectual, una inclinación natural a
la lectura-escritura, y haber dedicado mucho tiempo y energía a convertirme en
un autodidacta— me proporcionó características bastante buenas en lo referente
a un nivel intelectual.
Pero esa imagen poco común que proyecto se debe también a mi aspecto
físico. A mis 59 años, mido 1.78 m y peso 70 kg. He sido un deportista durante
más de 40 años (habiéndome iniciado en la práctica deportiva en 1980, con 16
años de edad) y he cuidado mucho mi alimentación, he aprendido sobre nutrición,
he evitado azúcares (sacarosa, y edulcorantes artificiales) optando por
consumir alimentos sanos y nutritivos; he sido capaz de evitar el abuso de
sustancias (tabaco, alcohol, drogas no legales), etc. Cuando era joven,
ataviado con mis prendas deportivas, parecía un deportista de alto rendimiento.
Ahora, muy entrado en la edad madura, cuando visto mis prendas de ciclismo (ese
es mi deporte), a un observador podría parecerle que en mi juventud corrí profesionalmente
en Europa, si bien, siempre fui un deportista amateur, aficionado.
Dije esto sobre mí porque era necesario, para que esa psicóloga de
Fundación Origen, Carolina Bárcenas, se enterara que cuento con características
positivas poco comunes, y mi presencia lastima a un cierto número de individuos
con mal aspecto —que en el país donde vivo son la regla, no la excepción— y en
lo referente a nivel intelectual, mi entorno (mi país, otra vez) es uno en el
que el habitante promedio cuenta con un nivel cultural paupérrimo. El mío es
uno de los países más analfabetos de todo el mundo, algo verdaderamente
vergonzoso.
En resumidas cuentas, no soy gran cosa. Mi imagen podría parecer
verdaderamente muy destacada, pero eso se debe a que estoy rodeado de
individuos jodidísimos, bien dados a la chingada. Por supuesto que lo que he
hecho, la energía vital con la que he enfrentado la adversidad (considerable)
que me deparó la vida casi desde el principio, merecería reconocimiento, pero
definitivamente no merecería admiración. Muchos millones de hombres pudieron
haber hecho eso mismo, pero las masas (esa es una característica del hombre, el
ser humano) se comportan como corderitos, hacen lo mismo que los demás, y pocos
cuentan con la capacidad de ser ellos mismos; yo soy uno de esos últimos, uno
de esos raros especímenes.
Le expresé estas ideas a esa mujer, Carolina Bárcenas, de Fundación
Origen, psicóloga de profesión, y ella cambió totalmente el contenido de mi
discurso. Mostró mucha sorpresa ante mi postura, considerarme excepcional.
Resulta natural darme cuenta de que ella me ve como un caso de un narcisismo
muy patológico, un individuo que adolece de delirios de grandeza.
No sé si esta mujer es en extremo estúpida, o tal vez padece alguna
alteración cognitiva grave, o es una persona muy mal intencionada. Sea como
sea, eso acabó de joder las cosas.
Se ha deteriorado todo en mi país (posiblemente en todo el mundo) y los
profesionales de la salud mental (con honrosas excepciones) andan peor en eso
—en salud mental— que el habitante promedio.
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