Otro rasgo característico es una activa vida de
fantasía, algo que posiblemente comenzó cuando cursaba el segundo año de
educación básica, con siete años de edad. Miraba en televisión un programa de dibujos
animados en que un niño competía en carreras de automóviles fórmula uno, o algo
así.
Durante las horas de la mañana, en clases, imaginaba
que yo era el protagonista de esa serie de dibujos animados, y mis compañeros
eran mis competidores/antagonistas/enemigos. Sabía muy bien que eso no estaba
sucediendo, pero en casa, lo platicaba con mi hermana gemela, con un ánimo que
haría parecer a un observador que el narrador confundía la realidad con la
ficción.
Mi vida de fantasía fue cambiando. Durante la
adolescencia comencé a convertirme en un deportista, practicaba la carrera a
pie (lo cual resultó muy favorable, un mecanismo de defensa positivo,
compensación). Mi intención era convertirme en un corredor de medio fondo de
alto rendimiento, llegar a campeón del mundo, olímpico, etc. Esto era
imposible, por supuesto, pero en las competiciones en que participé, mi
desempeño resultó modesto, no por ello exento de satisfacciones, si bien
también dio a personas como mi padre, ocasión de hacerme sentir mal,
humillarme.
En la década de mis años 20s, comencé a practicar el
ciclismo de ruta, sabiendo ya que el deporte de alto rendimiento era una
imposibilidad para mí (como lo es para la inmensa mayoría de las personas) y
seguí viviendo mi experiencia deportiva, en parte como fantasía. Participaba en
ese deporte en la entidad donde vivo, la mayor parte del tiempo entrenando, en
ocasiones compitiendo, imaginando que me hallaba rodeado de los ciclistas más
destacados de la época, a nivel mundial. No parece que esto fuera muy anómalo,
pues nunca me salí de la realidad y en cambio hacer uso de mi imaginación, me
ayudaba a intensificar mis esfuerzos sin ir demasiado lejos; lo cual habría
resultado riesgoso, dañino para mi salud física. Mis expectativas en lo
referente a mi desempeño deportivo (el de un aficionado, muy modesto) eran
realistas y no recurriría al uso de sustancias prohibidas para cambiar eso
(esteroides anabólicos, hormona del crecimiento, anfetaminas, cafeína como
producto farmacéutico, etc.)
Hasta la fecha, a un paso de la tercera edad, vivo
imaginando que personas para mí significativas, observan hazañas deportivas en
las que yo soy el protagonista, o me miran mientras toco con virtuosismo un
instrumento musical, pese a que no soy músico y mi conocimiento a este respecto
(la música) se limita a escuchar diversos géneros, entre los cuales predomina
la música del periodo barroco, compositores como Bach, Vivaldi, Händel, Telemann,
etc.
En otras ocasiones, imagino que me encuentro en un
evento de actividad intelectual, tal vez una clase sobre algún tema de ciencia,
o una conferencia en la que se habla de historia, literatura o filosofía, y yo
tomo la palabra para hacer una observación y los participantes me observan
sorprendidos por mi nivel intelectual/cultural, o de raciocinio.
Esto último sería lo menor irreal, pues ese tipo de
situaciones sí se han dado a lo largo de mi vida (si bien mi nivel
intelectual/cultural no resulta formidable, sino más bien bastante solamente
aceptable) y permiten advertir al observador que soy emocionalmente inestable
—lo cual no inquieta a personas que cuentan con un buen nivel intelectual– pero
eso parece ser lo menos común, hallarse rodeado de gente inteligente.
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