Al hablar con ciertas personas, por ejemplo
psicólogas, vía telefónica (siempre del sexo femenino, evito tratar con
hombres), he mencionado que la vida me jugó rudo. Mi padre era un psicópata, un
sádico que se deleitaba en hacerme sufrir empleando para ello todo lo que se le
pudiera ocurrir para violentarme, mientras mi madre vivió como una enferma
psicótica, su percepción de la realidad era inadecuada. Esa combinación de
factores dio lugar a que yo presentara, desde mi infancia, comportamientos
típicos de un niño problema, y enfrentara serias dificultades para aprender
materias durante las diferentes etapas de mi educación, todo lo cual complicó mi
vida y afectó en gran medida mi desarrollo en la infancia, la adolescencia y mi
juventud.
No conformes con la violencia que mis padres ejercían
en mi contra, invitaron a muchas personas a sumarse a esa violencia, y la
mayoría de esos individuos aceptaron la invitación. Cobrar conciencia de todo
eso me ha sumido en estados anímicos difíciles de superar, que han contribuido
a intensificar esa inmovilidad e incluso puede que hayan complicado el
agotamiento físico que he padecido, de tal severidad que ha provocado síntomas parecidos
a diabetes o algún tipo de alteración metabólica bastante severa. Como quiera
que sea, eso no me preocupa más de la cuenta, siento que pronto seré capaz de
superar esa sintomatología.
Retomando la idea de que muchas personas se sumaron a
la violencia que mis padres ejercieron en mi contra, una de las más
significativas es el esposo de la que ahora es mi hermana menor. Ella contrajo
nupcias en agosto de 1993, hace 30 años, un sábado en que mi padre cumplió 56
años de edad; él le pidió de favor que se casara en esa fecha, lo cual pareció
sellar un pacto de destructividad.
Esa hermana había cumplido 25 años de edad el mes
anterior (julio de 1993), y pese a su juventud, sentía que su vida estaba
vacía, soltera y sin hijos, sin la posibilidad de formar una familia. Pese a
ser una mujer con buenos atributos
físicos, un buen historial académico (siempre destacó en sus estudios) y otras
buenas características, su autoestima era bastante precaria y se comprometió
con un individuo carente de estudios (solamente había cursado la enseñanza
básica, pese a haber contado con la oportunidad de cursar las etapas
posteriores, negándose a ello como una manifestación de rebeldía contra su
padre), que apostaba su valor a su apostura, se sentía el hombre más hermoso
que hubiera existido jamás (lo cual implicaba, por supuesto, un narcisismo muy
patológico y una homosexualidad latente) y de hecho, su pretensión era casarse
con una muchacha perteneciente a una familia pudiente (hija de un millonario)
para vivir en la opulencia sin trabajar; entiéndase, su pretensión era ser un
padrote, un prostituto.
Unos meses después de que esa hermana contrajo nupcias
con ese remedo de padrote, yo regresé a la universidad a intentar concluir mis
estudios (en enero de 1994, acercándome a cumplir 30 años de edad) y un año y
medio más tarde (a mediados de 1995, el año más terrible de toda mi vida)
abandoné la universidad, habiendo fallado por segunda vez. La segunda mitad de
ese año fue terrible y el padrote que dos años antes se había casado con esa
hermana, ya se mostraba muy activo en sus ataques en mi contra.
Durante los siguientes años (1997 y 1998) se dieron
acontecimientos muy importantes, como el primer empleo de toda mi vida (fui
contratado en noviembre de 1997 con 33 años y medio de edad), ser despojado del
mismo dos meses y medio más tarde (en enero de 1998) por mi “amigo” megalómano,
viajar a una ciudad fronteriza intentando volver a trabajar, ser violentado por
mis padres en un intento por ultimarme, y regresar a mi ciudad de origen a
vivir solo y en pobreza en la que fue la casa familiar. Padecía una patología
grave, no lo sabía, no contaba con atención médica (ni siquiera contaba con
suficiente dinero para alimentos, vivía con hambre) y ese cuñado
padrote-prostituto participaba activamente en esa violencia ejercida contra mí
por toda mi familia, mi padre y mis tres hermanas, más los cónyuges de dos de
ellas; la mayor de mis tres hermanas (mi hermana gemela) no se había casado y
en ese entonces ni siquiera conocía a su futuro marido.
Esa hermana que se casó con un remedo de padrote tuvo
una hija con él en 1995, ellos se hicieron cargo de un sobrino que era hijo de
mi hermana menor (que murió en abril de 2006, dejando tres hijos huérfanos) y
tuvieron otra hija en septiembre de 2006, casi cinco meses después del deceso
de esa hermana menor.
A estas alturas, habiendo cumplido 30 años de matrimonio,
esa hermana sabe bien que su cónyuge falló miserablemente. Su hija menor (que
se acerca a 17 años de edad) no disimula el desprecio que siente por su padre,
algo muy merecido con lo que ese vividor tiene que vivir, y con la dolorosa
conciencia de que sus otros dos hijos saben bien que él falló miserablemente
como esposo, como padre, fingió ser un hombre respetable, incluso destacado e
importante cuando en realidad no es más que un patético farsante que cuando
mucho merecería lástima.
Pensar en ese mal individuo y lo que se dedicó a hacer
desde aquel mes de agosto de 1993, hace ya 30 años, me ha provocado mucho
malestar e incluso furia y deseo de cobrársela. De hecho, hace años lo ataqué y
los efectos de esas acciones no fueron menores.
Ahora que he decidido dejar de buscar vengarme de
quienes me violentaron, se manifiesta ese insight que adquirí hace algunos
años. Existen un buen número de personas que no necesitan que nadie les haga
daño, su destructividad se hace cargo de ellas. Nadie puede escapar de sí
mismo.
Ese cuñado padrote, prostituto y vividor parece estar
gravemente enfermo. Su deterioro físico se manifiesta en un reloj biológico muy
acelerado, un envejecimiento prematuro. Esto es solamente especulación, por
supuesto, pero tenga razón o no, decido dejar de fijarme en ese individuo
despreciable y escribir sobre él con intención de usar esa prosa como apuntes
para algún tipo de composición. Es mi intención convertirme en escritor, por lo
menos intentarlo.
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