El sábado pasado, 23 de septiembre, fue una fecha significativa. Dos
personas por mí muy queridas, cumplieron años. Entrené en mi bicicleta, sobre
rodillos. Llegué a 30 horas + 40 minutos en la función “time trip”, y a 1000 +
1 km en las variables “odometer” (distancia total) y “distance trip”. Compré
ese dispositivo (cyclo-computer) hace más de seis años, cuando estuve
incapacitado por un accidente ciclista (seis semanas, fractura de clavícula) y
desde entonces, lo usé borrando la función “distance trip” al llegar a 20 horas
(tiempo durante el cual recorría unos 600 km).
Una de las fuerzas no definidas
que existen en el universo entró en vigor y acabó de aniquilar a mis
antagonistas.
En general estoy mejor, pero de pronto se presentan
periodos de tiempo (indeterminados) un tanto difíciles. Muy a mi pesar, sigo llevando
en mi mente a mi padre, pues me despierta furia y horror. El hijo de puta
combinó destructividad, locura, deformidad física, fealdad repulsiva. Monstruo
incestuoso, narcisista y necrófilo.
Pasé un poco más de seis años en un entorno laboral de
destructividad, al que he definido como un
caldo de cultivo para la locura. Un individuo que padecía patología
narcisista me acosó laboralmente, con participación de su harén (una nubecilla
de maricas, perdidamente enamorados de él), protegido por una mujer en mi rango
de edad a quien la ambición destruyó su salud mental y la llevó a convertirse
en una delincuente y destruirse a sí misma. En las infamias que se cometieron, participaron
otras personas como un médico general que llevaba consigo la semilla de su
propia destrucción. Todos esos antagonistas ya están deshechos, biológicamente
muertos, o podridos en vida.
Hace 10 años, en abril de 2013, a punto de cumplir 49
años de edad, 15 años después de haber sido apuñalado por la espalda por un
megalómano, escribí mis experiencias al trabajar durante dos meses y medio con
ese narciso en una empresa que había llegado al país unos meses antes, siendo
ese hijo de puta mi jefe directo. Con premeditación, alevosía y ventaja, me
arrastró a una confrontación en las que él las tenía todas consigo y al
descubrir que yo no era menos inteligente que él, me atacó con furia homicida;
verbalmente, por supuesto, como el perfecto maricón que es. Al describir el
modo como me agredió ese individuo patético, de debilidad física extrema, lo
exhibí ante personas muy cercanas a él, lo humillé y derrumbé sus racionalizaciones
narcisistas.
Al día de hoy, 10 años y cinco meses más tarde, ese
alfeñique ha quedado aniquilado, no pasará a la historia (como él había soñado,
en sus delirios de grandeza) y será recordado por su viuda y sus hijos como un
cobarde que optó por deformar la realidad a su antojo, en lugar de esforzarse
para superar sus deficiencias y convertir sus debilidades en fortalezas.
Patético narciso cobarde.
Un médico psiquiatra (el tercero de tres delincuentes
con esa especialidad) de aspecto precario en extremo, horrendo aborigen, una de
esas personas que parecen haberse echado a cuestas la tarea de demostrar que la
inferioridad racial sí existe, intentó destruirme. Su motivación era el
sufrimiento psíquico que le provocaba mirar mi aspecto de hombre caucásico —de
raza blanca, algo que no soy sino un mestizo—; escuchar mi discurso, que es el
de un hombre con un cociente intelectual alto y un nivel cultural poco común; y
conocer mi historia de vida, la fortaleza que mostré ante una adversidad ante
la cual muchos hombres no habrían sobrevivido. La combinación de todo eso daba
lugar a un sentimiento insoportable de inferioridad, algo con lo que había
vivido desde su temprana infancia.
También lo exhibí en la red y hoy debe estar mutilado,
desfigurado, o como mínimo, vive señalado como un canalla delincuente que
confía en que sus transgresiones a la ley jamás serán sancionadas porque vive
en un entorno de impunidad casi absoluta.
Pero las personas más cercanas a él, esposa e hijas,
hermanos, colegas, etc., saben que el pinche indio maldito optó por lastimar a
las personas más vulnerables, a quienes padecen patologías mentales, y eso lo
condena a vivir etiquetado como un canalla inmundo.
Hace treinta años, en abril de 1993, unos días antes
de que yo cumpliera 29 años de edad, estuvo de visita en casa un primo hermano,
hijo de una hermana de mi madre. Entre un sábado 17 de abril y el siguiente
sábado, 24 de ese mismo mes, se dedicó a reprobar, criticar y condenar todo lo
que yo hacía y dejaba de hacer, todo lo que yo decía y todo lo que callaba, etc.
Ahora lo identifico como otro individuo con patología narcisista. Me fastidió
de todas las formas posibles, y al siguiente miércoles, 21 de abril, le puse el
hasta aquí. Su comportamiento cambió en cierta medida, pero me he arrepentido
de no haberlo echado de mi casa. Volví a verlo el año siguiente, en agosto y en
diciembre de 1994. Han pasado más de 28 años de eso, y he llevado la furia y la
frustración que me provocó la presencia de ese pedazo de porquería en mi casa
hace ya más de 30 años.
Me enteré recientemente de que ese narciso se provocó
diabetes y se está quedando ciego. Sé que jamás volveré a verlo y el infierno
que debe estar viviendo no significa nada para mí; no puedo sentir empatía por
ninguna persona que adolece de patología narcisista.
Otro primo —este de la rama paterna— al que vi por
última vez a principios de 1993, padece cáncer en la piel y por la afectación
de esa enfermedad en su rostro, parece altamente probable que quede
desfigurado. Su hermano mayor quedó viudo hace como un año; el hermano que
ocupaba el segundo lugar en el orden de los nacimientos (los mencionados son el
primero y el tercero) murió hace 16 años, en septiembre de 2005, dos meses
antes que mi padre. Mi familia es casi pura basura, tanto la rama paterna como
la materna. Esto es lo usual, la regla, no la excepción.
Entre noviembre de 1997 y enero de 1998, usé una ruta
del transporte público para llegar a ese empleo de la maquiladora electrónica
donde se gestó la catástrofe que casi destruyó mi vida.
Entre abril de 2015 y agosto de 2021, usé esa misma
ruta del transporte público para ir y venir a otro empleo en la industria
farmacéutica donde otro narciso me atacó con saña, con intenciones homicidas.
AVE
ave
Al retrete de la historia, lugares malditos.
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