Liberación, recuperación definitiva

 El periodo laboral que terminó hace dos años, cuando fui despedido de una empresa farmacéutica donde trabajé durante seis años y tres meses (abril de 2015 a agosto de 2021), fue una experiencia de enorme importancia en mi historia de vida. Se compuso de aspectos positivos y negativos, y valdría la pena analizar el tema para determinar cuáles de esos aspectos predominaron. 

Fue positivo porque iniciando la década de mis años 50s, en que la juventud había quedado atrás de forma definitiva, obtuve el segundo empleo de toda mi vida. Eso simbolizaba la patología tan grave que dominó mi existencia desde mi temprana juventud, y que tuvo su origen en la violencia que comencé a enfrentar desde mi más temprana infancia, casi desde que era un bebé. 

El primer empleo de toda mi vida llegó con 33 años y medio de edad. Fui contratado por un “amigo” que resultó un narciso (megalómano) que en realidad fue siempre un enemigo agazapado. Su motivación al sacarme de mi terrible condición de improductividad no fue ayudarme, sino llevarme a un espacio laboral en el que él contaba con 10 años de experiencia, donde las tenía todas consigo, y demostrarse a sí mismo, a mí y a cualquier observador, que en lo intelectual era infinitamente superior a mí; o como buen megalómano, que yo era infinitamente inferior a él. 

Dos meses y medio más tarde, ese narciso cobarde e infame me despojó de ese empleo y a mediados de ese mismo año, mis padres me propinaron el golpe más devastador de toda mi existencia, algo que casi me destruyó. 

Muchos años más tarde, cuando yo contaba con 47 años de edad, una vecina (unos 13 años menor que yo) me preguntó mientras convivíamos en un parque al que habíamos acudido, cada quien por su lado, con sus mascotas (perros) a qué me dedicaba. Yo no podía informarle que no hacía nada, vivía en pobreza, dependía económicamente de una hermana cuatro años menor que yo. Mi padre había muerto tres años y medio antes, habiendo intentado destruirme, sin conseguirlo por completo, pero dejándome en una condición muy cercana a la ruina. Yo vivía solo, con hambre, muy enfermo, padeciendo una patología grave, habiendo perdido por segunda ocasión (tras la muerte de mi hermana menor, acaecida cinco años antes) la voluntad de vivir. 

A su pregunta, respondí a esta vecina que era traductor inglés-español free lance (independiente). Unos dos años más tarde, esa misma vecina se dirigió a mí en la vía pública (vivía casi frente a mi casa) y me preguntó si seguía con mi actividad, la traducción. Me comentó que una amiga suya estaba haciendo traducciones para una empresa farmacéutica. Me pidió mis datos (número de teléfono, móvil) y su amiga me buscó un poco más adelante. 

Comencé a traducir en mi casa documentos de la industria farmacéutica. La amiga de mi vecina (doce años menor que yo) me pagó demasiado poco por mi trabajo, pero la experiencia me fue útil, pues me familiaricé con este campo del conocimiento. Mi formación académica me fue muy útil, pues habiendo estudiado ingeniería era capaz de entender muchos temas que tienen que ver con matemáticas y física. Esa relación de trabajo acabó mal, y a principios del año siguiente, busqué empleo, usando la red para ello. Habiendo perdido mi primer empleo 16 años antes –desempeñé después trabajos denigrantes, en una tienda de conveniencia y como operador (eufemismo de la palabra obrero) en tres empresas, intentando ingresar así para una vez adentro mejorar mi situación laboral con algún ascenso al informarles de mi escolaridad y mi dominio del idioma inglés– parecía poco probable encontrar otro, con casi 51 años de edad. 

Y ocurrió entonces algo que se me había negado muchos años antes, pese a mis buenas características, un nivel intelectual poco común (muy apropiado para un buen desempeño laboral), una formación académica de primera, mi dominio del idioma inglés (lo hablo, lo leo, lo escribo y lo traduzco), etc. 

Al principio, pareció lo más afortunado de toda mi vida, si bien los primeros dos años fueron difíciles porque las personas a quienes reportaba eran bastante incompetentes y su actitud era bastante incorrecta. Acabando de cumplir dos años en el empleo, sufrí un accidente en la práctica de mi deporte, una fractura de clavícula que me mantuvo incapacitado durante seis semanas. 

Cuando regresé de la incapacidad, un compañero que padecía una patología narcisista (trastorno narcisista de la personalidad) con abundantes antecedentes de acoso laboral, comenzó a hacerme la vida difícil y eso selló mi destino. Cuatro años más tarde, ese canalla consiguió lo que buscaba y perdí mi empleo. Eso dio lugar a un estrés postraumático que duró dos años. La razón de eso parece ser que esa violencia perpetrada por un individuo narcisista, con todo lo que ello involucró, pareció una repetición de mi historia de vida. Alguien me agrede y si yo repelo la agresión, me defiendo, soy castigado con todo el peso de la ley. 

Devolví los golpes a las personas que me perjudicaron, las consecuencias para ellas fueron diversas, pero siempre bastante severas. 

Ahora que he comenzado a recuperarme, me he hecho el propósito de no volver a violentar a ninguna de esas personas, igual que con otros individuos que me hicieron mucho daño en diferentes épocas de mi vida. Estoy teniendo éxito a este respecto porque no me veo obligado a reprimir el deseo de volver a atacar a esos malos individuos, sino que ese deseo está desapareciendo. 

Deshacerme de esa furia, de esa sed de venganza, se combina con asimilar conocimientos sobre salud mental e internalizar la conciencia de que puedo sanar y seguir adelante, ser capaz de vivir en plenitud finalmente. 

La recuperación (que parece ser definitiva) me está permitiendo superar mi inmovilidad. Al escribir cuatro entradas en mi blog (las anteriores, está será la quinta), del día de hoy, me siento motivado para comenzar a escribir ese libro que he tenido como proyecto desde hace más de dos años. Se esfuma el bloqueo y disfruto usar mi procesador de palabras, mi computadora personal, en mi dormitorio, escuchando música del barroco (a Vivaldi en este momento) en compañía de mi mascota, mi perrita Clara (que ha estado conmigo durante los últimos seis años y cinco meses) y mi anciana madre, linda abuelita a la que llamo desde hace muchos años, Osito Dormilón.

Ahora sí siento que he salido del túnel, que ha valido la pena sobrevivir, y que ya no necesito hacer daño a mis antagonistas, seguir cobrando venganza. 






Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cómo ser un buen psiquiatra, 9 años de estudios en 9 minutos; Daniel Mackler

Modestos logros, que no son poca cosa

A mi padre, fallecido hace 16 años