Malestar muy generalizado durante las primeras horas de vigilia. Me
molesta todo, incluso el ir y venir de mi mascota, Clara. Al caminar, el
impacto de sus uñas contra el piso, genera ruido; de pronto se sacude. Después
de beber dos tazas de café, acompañadas de un pan que mi madre octogenaria hace
en el horno, tomo un desayuno nutritivo, un tazón de avena hervida en agua con
pasitas y fruta. De pronto, me veo en la necesidad de dirigirme al baño, debo
evacuar mis intestinos. Mi madre se encuentra en su habitación, al percatarse
de que me he dirigido a la segunda planta, apaga la televisión para dirigirse a
la cocina. Mi malestar me hace imaginar que esa anciana desecha la avena que
quedó en el tazón que yo usaba para ingerirla, sabiendo bien que eso no va a
suceder. No obstante, siento frustración y furia, que se incrementa al imaginar
una situación en otro momento y en otro lugar (algo absolutamente irreal) en la
que intento plantear a la mujer que encabezaba el departamento al que pertenecí
en ese empleo que perdí hace dos años, hablándole de la mala salud mental de
tantos integrantes de ese coto de poder suyo, y ella responde con un comentario
un tanto jocoso, tomándose a la ligera el asunto, saboteando mi intento por
expresar algo que considero importante…
La frustración que me despierta la idiotez y la agresión encubierta de
esta mujer indecente, trae a mi mente el médico de la empresa, su impotencia,
su debilidad, su agresividad encubierta, su destructividad… individuo de
jodidez extrema.
De pronto decido poner fin a este tren de pensamientos obsesivos,
percatarme de que debo dejar de cultivar el dolor. Esas personas ya cayeron al
vacío, están destrozadas, sus cadáveres se descomponen en un charco de sangre
mezclado con heces, orines y otros fluidos corporales. El hombre inadaptado que
ha mostrado características poco comunes ha vencido a antagonistas que lo
arrastraron (contra su voluntad) a una confrontación a muerte.
Fin de la historia
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